Diario de León
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León

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LOS Juan Diego que más conozco, mi editor y el cómico excelente, no son santos; sólo buenas personas. En cambio, este otro Juan Diego elevado a los altares en México por el Papa sí era, al parecer, un santo, pero no está muy claro que fuera una persona y, por tanto, ni buena ni mala. Y no está muy claro porque, siendo este Juan Diego completamente indio y teniendo un apellido indescifrable e impronunciable (Cuauhtlatoatzin), el retrato que tenemos de él, si es que es de él, nos lo muestra como un señor de rasgos europeos, cuando lo más probable es que a comienzos del siglo XVI, recién conquistado México por Hernán Cortés, casi ningún indio tuviera esos rasgos. Lo cierto, no obstante, es que pese a que los historiadores se muestran renuentes a admitir que Juan Diego existiera alguna vez y mucho menos que conversara de tú a tú con la virgen de Guadalupe en diciembre de 1531, lo cierto, digo, es que en México, en el México laico que no entabló relaciones diplomáticas con el Vaticano hasta 1991, s3e ha celebrado mucho la canonización de ese su remoto e improbable paisano. Tener un santo en la familia no es una cosa en modo alguno desdeñable ni baladí para los familiares, mayormente por lo que supone que les toca y tan bien acogida ha sido en la familia indígena mexicana la canonización del indio Juan Diego que hasta los católicos más progresistas, los de Chiapas y los de la Teología de la Liberación, lo han celebrado sin reservas. Tomás Sánchez, uno de estos, ha llegado a decir que «Juan Diego es más que un santo, es el representante ante Dios de los indios». Tal vez, en el fondo, da igual que Juan Diego existiera de verdad, que fuera indio y que hablara con la Virgen de Guadalupe, pues esto de las creencias no sé si por fortuna o por desgracias, no necesita para nada de ala realidad. | 02-Ago-2002 13:42:15 ( OTR/PRESS) 08/02/13-42/02

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