Diario de León
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León

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ESPAÑA es un país eminentemente turístico, que ha crecido espectacularmente en las últimas décadas, pero que a mi juicio ha crecido mal. Un muro de hormigón se alza a lo largo de nuestras costas, un muro de gran altura, que su sola visión contamina. Esos miles de edificios de apartamentos y hoteles que se fueron alzando, y que continúan alzándose, a lo largo de la costa española son, además de un horror arquitectónico en la mayoría de los casos, elementos que distorsionan el paisaje, el medio ambiente, la estética de cada lugar. Poco se puede hacer sobre lo que está mal hecho, por más que en los últimos tiempos se hayan demolido dos armatostes que funcionaban como hoteles, uno en Mallorca, y otro en la costa gaditana, en Zahara de los Atunes. El resto, los cientos de edificios de iguales características, continúan de pie, intactos. En nuestro país se apostó hace años por el turismo de cantidad, y se convertía en noticia al turista quinientos mil, al turista un millón... Hoy afortunadamente y gracias a la presión de los colectivos comprometidos con el cuidado del medio ambiente, muchos ayuntamientos son conscientes de que les es más rentable el turismo de calidad que el de cantidad. España además de sol y playas tiene un inmenso patrimonio artístico y cultural, y las enormes posibilidades turísticas del interior de la Península también se han comenzado a desarrollar. Pero vuelvo al muro de hormigón y a los especuladores y a la responsabilidad de los ayuntamientos, porque desgraciadamente se continúa construyendo sin orden ni concierto. Les pondré un ejemplo. Hay en nuestro país una provincia, Huelva, con unas playas inmensas de arena fina y dorada. Una provincia que ha experimentado un crecimiento importante a cuenta de la agricultura, de las fresas, y también del turismo. Hace unos días pasé por allí y me sorprendió lo que vi. Y lo que vi es que en lo que eran playas vírgenes ahora se ha levantado el consabido «muro» de hormigón, y lo que es peor, que las playas que quedan, ya están en manos de especuladores para levantar sus correspondientes «muros» en forma de hoteles y apartamentos. Es decir han comenzado a "cargarse" el último lugar donde quedaban playas vírgenes y parajes naturales sin contaminar a pie de playa. Pregunté de qué partido eran los alcaldes de pueblos como Lepe, Ayamonte, Isla Cristina, etétera y me dijeron que de izquierdas, casi todos socialistas. O sea que mucho discurso oficial desde la ejecutiva federal sobre el cuidado del medio ambiente y poner freno a la especulación, pero mire usted por donde allí donde hay alcaldes socialistas que pueden frenar la especulación de rapiña, resulta que no hacen lo que deben. Lo mismo sucede en las puertas de Doñana, donde hay un proyecto urbanístico en marcha que está causando una norme polémica entre la gente del lugar. A veces entre el discurso oficial de los políticos y la realidad de lo que hacen, media un abismo. Y ojo no digo que los pueblos no deban de crecer, no deban desarrollarse turísticamente pero deben hacerlo bien, siendo respetuosos con el medio ambiente y evitando construir un muro de hormigón a ras de costa. Lo que muchos pueblos no saben es que cargándose su patrimonio arquitectónico, y convirtiéndose en el modelo de ciudad basura, lo que hacen es espantar al turismo de calidad, a quienes huyen de la ciudad precisamente para encontrar otras cosas. Irse de Nueva York, de Madrid, Londres, Munich, etcétera para veranear en lugares parecidos, con enormes edificios y que el mar casi hay que verlo en postal, no tiene sentido. Pero sobre todo a la gente hay que decirle que eso no es progreso, que es mentira, que destruir el entorno es siempre un retroceso, es empobrecerse, es pan para hoy y hambre para mañana. Por lo que vi en Huelva, han empezado a cometer todas las equivocaciones que en otros lugares se cometieron años atrás. Dentro de poco la costa será un trozo de hormigón.

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