Diario de León
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León

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TRAS los espantosos sucesos ocurridos el 11 de septiembre, el lastimado ego americano ha quedado sumido en una auténtica convulsión de tipo traumático que, como parche de primera mano, sólo encuentra remedio en revivir aquella caza de brujas que parecía haberse colado por el agujero negro de la historia. Hasta ahora se había perseguido, con saña neurótica y debajo de la última piedra, a cualquiera que oliera a miembro de la chusma malvada y enturbantada que puso patas arriba los iconos del capitalismo mundical, destrozando de paso el dulce sueño americano. Pero el presidente Goerge W. Bush, cuyo nivel de inteligencia está bastante lejos al de Einstein, ha diseñado una estrategia interna de corte un tanto cantinflista, habilitando a un millón de improvisados espias que se dedicarán a cotillear en los hogares de sus vecinos hasta descubrir «algo sospechoso». Este nutrido batallón de chivatos, herederos espirituales de aquel Judas que se convirtió en todo un maestro del beso a traición, estará integrado por jardineros, antenistas y cualquier metomentodo dispuesto a revolver en el cubo de la basura ajeno, tras la pista de un Corán o una sencilla barba postiza «modelo Bin Laden». «Good morning, vengo a arreglarle la televisión», dijo la araña a la mosca. Cuando un inocente oiga semejantes palabras en la puerta de su casa, amparadas por unos ojos escrutadores, ya puede echarse a temblar, pues es sabido que existe poca diferencia entre patriotismo e hijoputismo, y que me perdonen los lectores por la palabra.

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