Diario de León

«La verdad está ahí fuera» «La verdad está ahí fuera»

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Como el eslogan de la famosa serie de televisión Expediente X, la verdad bajo diferentes puntos de vista la tienen siempre los ciudadanos, expresando su opinión, y los medios de comunicación haciéndose eco de ella. Si hay una nota que caracteriza por encima de cualquier otra al sistema de gobierno democrático, es la exigencia, presencia y actuación de la opinión pública. Sin ella, sin esos «ciudadanos razonantes, informados y capaces de discutir los asuntos públicos como contrapeso del poder político», sin el ojo vigilante, activo y sancionador de un cuerpo social que cree firmemente y ejerce el protagonismo en la vida política, todo se empobrece, todo se desvirtúa, todo aparece como fantasioso y desdibujado. El régimen de libertades no puede prosperar sin ciudadanos activos y operantes y, aunque se mantengan las formas de la democracia, ocurre, las elecciones libre con una opinión que no es libre no significan nada. Gobernar mediante la opinión constituye la quintaesencia de la democracia, que el gobernante esté atento a la opinión pública y ésta observe sin desmayo al gobernante es el correcto ejercicio en doble dirección que permite a las democracias consolidadas un grado de sintonía entre los ciudadanos y sus Gobiernos, capaz de conformar la regla básica de las mismas: La opinión de los gobernados constituye la base real de todo Gobierno libre. Entre la opinión pública y la opinión publicada no puede haber contraste de importancia y duradero, porque la primera mediatiza a la segunda y ésta nunca puede sobrevivir en contraposición a aquella. Frente a una actitud crítica y de denuncia por parte de los medios de comunicación social, ciertos políticos tienden a eludir la presión acudiendo al sofisma de que los mismos no reflejan el sentir ciudadano mayoritario y de que la opinión pública, esa mayoría de electores que no tiene medio de expresión fuera de las urnas, está detrás de sus gobernantes y desautoriza calladamente campañas escandalosas y de descrédito que mueven oscuros y malévolos intereses. Los medios de comunicación, aunque constituyen un factor importante, en la formación de opinión pública, son, ante todo, vehículo de expresión de la misma, cauce por el que el sentir ciudadano manifiesta su parecer y expresa valoraciones y criterios. El profesional de la información no puede fantasear atribuyendo a los ciudadanos los que son sus particulares puntos de vista o el interés corporativo o empresarial, por la sencilla razón de que quedaría sin destinatarios; antes bien, lo que procura es sintonizar de la manera más fiel posible con lo que fluye naturalmente del cuerpo social y trasladar el latido ciudadano que detecta en forma más nítida que los demás. Aparte de que la misma expresión, opinión publicada, constituye una contradictio in adiecto porque opinión en singular, significa sentir general o al menos mayoritario, y es obvio que, en un sistema liberal y pluralidad de medios de comunicación social, no puede existir un sólo y mismo criterio una única forma de contemplar, explicar y valorar las cosas. La opinión publicada no existe como tal porque su propia base de sustentación no lo permite. En efecto, entre nosotros no existe ciertamente una opinión publicada igual que ocurre en cualquier otra democracia, en cuanto se trata de algo imposible y sin sentido; pero tampoco existe, yen esto si nos diferenciamos profunda y lamentablemente de otras democracias, una genuina opinión pública. El espectáculo sería meramente anecdótico e intranscendente si no ocurriera que aquella ausencia comporta una carencia ay un peligro de consecuencias incalculables para la democracia. Isidro de Celis (León). Como el eslogan de la famosa serie de televisión Expediente X, la verdad bajo diferentes puntos de vista la tienen siempre los ciudadanos, expresando su opinión, y los medios de comunicación haciéndose eco de ella. Si hay una nota que caracteriza por encima de cualquier otra al sistema de gobierno democrático, es la exigencia, presencia y actuación de la opinión pública. Sin ella, sin esos «ciudadanos razonantes, informados y capaces de discutir los asuntos públicos como contrapeso del poder político», sin el ojo vigilante, activo y sancionador de un cuerpo social que cree firmemente y ejerce el protagonismo en la vida política, todo se empobrece, todo se desvirtúa, todo aparece como fantasioso y desdibujado. El régimen de libertades no puede prosperar sin ciudadanos activos y operantes y, aunque se mantengan las formas de la democracia, ocurre, las elecciones libre con una opinión que no es libre no significan nada. Gobernar mediante la opinión constituye la quintaesencia de la democracia, que el gobernante esté atento a la opinión pública y ésta observe sin desmayo al gobernante es el correcto ejercicio en doble dirección que permite a las democracias consolidadas un grado de sintonía entre los ciudadanos y sus Gobiernos, capaz de conformar la regla básica de las mismas: La opinión de los gobernados constituye la base real de todo Gobierno libre. Entre la opinión pública y la opinión publicada no puede haber contraste de importancia y duradero, porque la primera mediatiza a la segunda y ésta nunca puede sobrevivir en contraposición a aquella. Frente a una actitud crítica y de denuncia por parte de los medios de comunicación social, ciertos políticos tienden a eludir la presión acudiendo al sofisma de que los mismos no reflejan el sentir ciudadano mayoritario y de que la opinión pública, esa mayoría de electores que no tiene medio de expresión fuera de las urnas, está detrás de sus gobernantes y desautoriza calladamente campañas escandalosas y de descrédito que mueven oscuros y malévolos intereses. Los medios de comunicación, aunque constituyen un factor importante, en la formación de opinión pública, son, ante todo, vehículo de expresión de la misma, cauce por el que el sentir ciudadano manifiesta su parecer y expresa valoraciones y criterios. El profesional de la información no puede fantasear atribuyendo a los ciudadanos los que son sus particulares puntos de vista o el interés corporativo o empresarial, por la sencilla razón de que quedaría sin destinatarios; antes bien, lo que procura es sintonizar de la manera más fiel posible con lo que fluye naturalmente del cuerpo social y trasladar el latido ciudadano que detecta en forma más nítida que los demás. Aparte de que la misma expresión, opinión publicada, constituye una contradictio in adiecto porque opinión en singular, significa sentir general o al menos mayoritario, y es obvio que, en un sistema liberal y pluralidad de medios de comunicación social, no puede existir un sólo y mismo criterio una única forma de contemplar, explicar y valorar las cosas. La opinión publicada no existe como tal porque su propia base de sustentación no lo permite. En efecto, entre nosotros no existe ciertamente una opinión publicada igual que ocurre en cualquier otra democracia, en cuanto se trata de algo imposible y sin sentido; pero tampoco existe, yen esto si nos diferenciamos profunda y lamentablemente de otras democracias, una genuina opinión pública. El espectáculo sería meramente anecdótico e intranscendente si no ocurriera que aquella ausencia comporta una carencia ay un peligro de consecuencias incalculables para la democracia. Isidro de Celis (León).

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