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El derecho al cáncer
EN Instinto Básico, Sharon Stone, como una serpiente bíblica, echa un espeso humo sobre un tembloroso Michael Douglas que intenta dejar de fumar en el peor momento y en la peor compañía posible. Hay que ser muy hombre para soportar las tentaciones unidas de Sharon Stone y del tabaco, y Michael Douglas no lo es. Ninguno lo seríamos en esas condiciones. Yo desde luego no, y eso que dejé de fumar hace catorce años. Un guión perfecto de un guionista perfecto, Joe Eszterhas, autor también de Showgirls o de Flashdance, y no sólo un fumador de toda la vida. Hasta que el cáncer le agarró la garganta. Sus visitas a las salas oncológicas de los hospitales le mostraron la patética legión de espectros boqueando por un poco de aire, de espantosas traqueotomías, de máquinas bombeando oxígeno a unos pulmones podridos. Ahora, al recordar sus glamourosos, rebeldes y fumadores personajes a los que millones de espectadores quisieron parecerse, el guionista arrepentido dice: «Mis manos están manchadas de sangre, igual que las de Hollywood». En un dramático artículo escrito el viernes pasado en la sección de opinión del New York Times, Eszterhas reconoce que él pensaba cómo fumar «era un derecho de cada persona» y cómo el consumo pasivo de humo de tabaco no era más que un «inexistente problema inventado por profesionales bienintencionados. Y puse esos puntos de vista en mis guiones». Ahora considera que el tabaco debería ser «tan ilegal como la heroína» y se siente a sí mismo como «cómplice del asesinato de incontables seres humanos». Por ello, ha alcanzado un «pacto con Dios»: «Perdóname y yo intentaré que otros no comentan los mismos crímenes que yo cometí». El hospital dice que no quedan restos de cáncer en su garganta y él cumple ahora con su parte. Nadie podrá nunca devolver la vida a quienes quisieron emular la deliciosa caída en el mal rodeados de humo de tabaco. Muchos quisiéramos aún caer en el mal con Sharon Stone. Pero bastaría con ella, ya no sería necesario que nos atufara.