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Publicado por
León

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LA cineasta alemana Leni Riefenstahl, adicta al régimen nazi de Hitler desde 1932 y propagandista de su obra delirante, ha celebrado su siglo de vida en inmejorables condiciones físicas y mentales para su edad. Conserva, sobre todo, una excelente memoria, pero la pena para ella es que aún hay gente que la conserva mejor. Una mujer gitana que participó en la película Tiefland, de Leni, recuerda que el centenar largo de gitanos que trabajaron en ella a la fuerza y en condiciones de esclavitud fueron asesinados después, gaseados y reducidos a cenizas, en campos de exterminio y concentración. Leni Riefenstahl había dicho, pocos días antes de cumplir los 100 años, que había visto vivos a los extras forzados de su película tras acabar la guerra, pero esa superviviente gitana, de mejor memoria aún que la amoral aunque sonriente cineasta, ha desmontado el, en principio, impecable ardid de ésta. ¿Quién se iba a acordar de un puñado de gitanos gaseados sin nombre hace 60 años? ¿A quién podían importarle los extras, los figurantes, de aquella película? La Fiscalía de Francfort ha aceptado la denuncia de la vieja gitana superviviente contra Leni Riefenstahl por negar el holocausto. Autora de aquella Olimpiada rodada durante los Juegos de Berlín, Leni Riefenstahl acuñó en ella las marcas definitivas que harían singular y reconocible la estética nazi. Una estética, por representar lo que representa, nauseabunda, por mucho que los expertos en cinematografía, incluso profanos como yo mismo, reconozcan en ella y, sobre todo en el cine de Leni, ciertas calidades. Esa estética es inseparable del torbellino de horror que se generó a su amparo, no deja de ser inquietante y, desde luego, doloroso, que su máxima y más cualificada exponente, Leni Riefenstahl, rebase los cien años arrojando frazadas de olvido, de mentiras, de oprobio, sobre aquellos gitanos esclavos que usó en una de sus desalmadas películas.

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