Diario de León
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León

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LA familia real saudí pagó 312 millones de euros a Bin Laden para que no atentara dentro del territorio de su país. Bin Laden aprovechó el dinero para financiar su conversión de infieles. Ejem, nosotros, los que no somos fieles, al menos. En Marbella, el rey Fahd descansa apaciblemente entre la podedumbre del oro que le pagamos con nuestra gasolina mientras los familiares del 11 de septiembre piensan en sus muertos como en una carbonizada papilla que jamás podrán recoger. Se entiende que en Marbella vayan a dedicar a la sagrada familia unas calles de nada, como benefactora del pueblo gil. En Irak, Saddam Hussein compensará la debilidad de sus fuerzas armadas con una revuelta generalizada en la calle si occidente llega a atacar. Quizás siguiendo el valiente ejemplo palestino, es decir, con los niños por delante. Para que entren antes en su paraíso, con los pies por delante. En el País Vasco, los aguerridos guerrilleros borrokeros no se enfrentan a tanques ni a soldados sino a autobuses urbanos y a señoras que vienen de hacer la compra. Y delatan, sobre todo, delatan. Otros, sin embargo, no están para carreras por la calle. Su religión se lo impide. En el País Vasco, Otegui y su ternera también pasean tranquilos, de vez en cuando también amenazan para mantenerse en forma. Los periodistas los sacamos por la tele. Cada una de sus amenazas, como quien saca al hombre del tiempo. Ya se sabe, la imparcialidad informativa. En Santa Pola, una niña de cinco años bailaba hace unos días, sin saber que desde Arabia Saudí, o desde Marbella, o desde Irak, o desde el País Vasco, o desde Afganistán, muchos querían su muerte. Por diversas razones. Por infiel o por española, o por capitalista incipiente, o por aliada de Estados Unidos o por miembro de las fuerzas represoras o por mujer que bailaba, que qué tendencias iba cogiendo. Bien mirado, es algo así como una competición.

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