Diario de León

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Elecciones y sucesión

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A cena de Aznar en Quintanilla de Onésimo, inmediatamente después de haber tomado un baño de espiritualidad en el monasterio de Silos, inaugura desde hace unos años el curso político. Allí suele exponer el presidente su programa de Gobierno, contrastándolo con el de la oposición, para subrayar la inconsistencia de la alternativa política, y más cuando se inicia esta vez un embarazo electoral, pues dentro de nueve meses alumbrarán las urnas municipales y autonómicas un anticipo de lo que podrían revelar las elecciones generales del 2004. En realidad, el nuevo curso empieza hoy, con el primer Consejo de Ministros de la temporada, que decidirá presentar el lunes demanda de ilegalización de Batasuna ante la Sala Especial del Tribunal Supremo. El signo político de aquí a mayo, el mes electoral, no será tanto la situación en el País Vasco, a pesar de su espectacularidad y gravedad, como las elecciones mismas y la sucesión de Aznar. Se trata de dos procesos tan diferentes como relacionados entre sí. Son diferentes porque mientras los votos dependen de voluntades ajenas, la designación de heredero corresponde al arbitrio exclusivo del testador, pero se verán mutuamente influidos porque en el resultado de las urnas habrá de medir Mayor Oreja su peso político en el delfinario, al estar encargado de la maniobra electoral. Un hipotético fracaso del PP, por relativo que fuese, no sólo eliminaría de la sucesión a Mayor Oreja, sino que mermaría notablemente la autoridad de Aznar en el PP, ya que a los líderes políticos se les oxida el carisma cuando el viento ahuyenta los laureles. Es probable, sin embargo, que durante los nueve meses de embarazo electoral que empieza a vivir el país, Aznar descubra la evidencia de que las circunstancias le van revelando claramente quien habría de ser el sucesor. La crisis ministerial de julio se hace visible en septiembre, y así vemos al hombre nuevo, Ángel Acebes, aznarista químicamente puro, al frente de la lucha antiterrorista, nada menos, y a Mariano Rajoy exponiendo la voz del Gobierno o dándole al Gobierno su propia voz, lo cual aumentará considerablemente su irradiación política, mientras que Rodrigo Rato se verá obligado a labrar un campo económico que ha empezado a no dar buenas cosechas. ¿Y qué van a hacer en el PP los fieles a Rato, si éste pierde posibilidades hereditarias? Pues lo mismo que los seguidores de Mayor Oreja, pastoreados por Arenas: pactar anticipadamente repartos internos de poder, para seguir disfrutando de la proyección exterior que les pueda corresponderles. Ni Rajoy, ni Rato, ni Mayor Oreja, ni siquiera Acebes van a luchar entre sí, y menos a codazos. Pero entre bastidores del PP lo harán sus seguidores respectivos. Las cuotas de poder se defienden con uñas y dientes.

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