Diario de León
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UNOS mil teólogos, teólogo más, teólogo menos, se han reunido en Madrid para debatir sobre globalización y lucha de clases, o sea, sobre el más acá. La gente se pregunta: ¿pero hubo alguna vez mil teólogos?. Todos conocemos a dos o tres y siempre hemos preferido tratar con ellos por separado: cuando discuten, todos tienen más razón que un santo y se corren graves riesgos si se interfiere en sus convicciones. Según el diccionario de la RAE, en su primera acepción, la teología es la ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones. Se conoce que son numerosísimos los que están en disposición de hablar de esas peculiaridades, bien porque han tenido línea directa o porque lo saben de buena tinta. En cualquier caso, los teólogos, como las duquesas en las conferencias, según don Eugenio D"Ors, hacen mejor diseminados. En el salón de actos de Comisiones Obreras, que es donde la Asociación Juan XXIII celebra sus congresos desde que la jerarquía eclesiástica intentó prohibirlos, no se podía dar un paso sin decirle a alguien ¡vaya usted con Dios!. A sus juveniles 80 años, mi admirado Enrique Miret Magdalena, que se calificó de «creyente inquieto y sorprendido», habló de la globalización. No tiene una buena opinión de ella. «Es mala y hay que combatirla», dijo. El bueno de don Enrique está persuadido de que la libertad no puede ir contra la justicia y ambas cosas deben andar juntas, aunque su paso sea lento. Consideraba Borges a la teología como una de las ramas de la ciencia-ficción, pero es hermoso que estos especialistas, en vez de hablar del travestismo de los ángeles, hablen de la tasa Tobin, de la lucha contra la corrupción y de la renta básica de ciudadanía. Son pocas las personas a las que la contemplación de la miseria les impide ser razonablemente felices y este debate sobre «Cristianismo y globalización» puede ampliar su número. Que mil teólogos, cifra idéntica a la de invitados a la boda estatal de la hija de Aznar, se preocupen por esas cosas es emocionante. Que Dios se lo pague.

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