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Publicado por
León

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E debo estas líneas a Óscar Casado. Hace tres días se dejó la vida en un accidente de tráfico, estúpido como todos los accidentes, y todavía no me he hecho del todo a la idea de que no me voy a cruzar con él otra vez al doblar una esquina en Bembibre. No hace mucho me decía que él era capaz de dedicarse a cualquier oficio, sin miedo a los cambios, y que nada le quitaba ya el sueño por las noches. Fue futbolista. Jugó conmigo en el patio del colegio Menéndez Pidal algunas tardes antes de ingresar en los equipos inferiores del Atlético Bembibre y dar el salto al filial de la Unión Deportiva Salamanca. Yo era demasiado torpe con el balón y acabé juntando letras, que ya por entonces era lo que más me gustaba hacer. Él terminó volviendo a casa y después de un tiempo y de probar en los equipos de la tierra, decidió colgar las botas, pero sin desvincularse del todo del deporte. En los últimos tres años había comenzado a arbitrar partidos y empezó a ganarse la vida con un empleo que nada tenía que ver con el fútbol. Mentiría si escribiera aquí que le conocía bien y que éramos grandes amigos. Los tenía más próximos, gente que está mucho más afectada que yo, aunque todos los que le conocimos y le tratamos estemos unidos por el mismo estupor. No quisiera molestar a nadie con estas líneas. Si me estoy atreviendo a escribirlas es porque no hace mucho, no hace más que unas semanas después de meses, quizá años sin intercambiar más que algunos saludos, coincidimos en Bembibre, con otros amigos, y recordamos los años del colegio y del instituto, las bromas, algunas maldades que sufrían ciertos profesores, algunas aventuras propias de la edad, anécdotas que ya conocíamos en muchos casos y que volvíamos a escuchar sin prisas. Podría haber escrito hoy de otras cosas y evitarme el rubor que quizás me produzca releerlas luego, que el Día del Bierzo y la visita de Juan Vicente Herrera a Ponferrada, darían de que hablar. Pero de alguna forma me siento obligado. Prefiero, eso, sí, no escribir demasiado del accidente, que Óscar sufrió cuando se dirigía al trabajo en el coche de un compañero que tuvo mejor suerte. Hay demasiados rumores sin confirmar sobre el estado en el que iba el conductor del otro coche después de haber pasado una noche en las fiestas de Ponferrada como para hacerlo a la ligera. Y no quiero escribir estas líneas con la bilis, que no es buena tinta. Prefiero no dejarme llevar por las evidencias, ser prudente, no juzgar. Acordarme sólo de la idea con la que he empezado. Si pienso que le debo estas líneas a Óscar Casado -que escribo de forma demasiado apresurada, a mi pesar, porque trabajar en un periódico un domingo día de La Encina puede ser de locos y hay poco tiempo para pensar- es porque esa tarde consiguió sonrojarme cuando se puso hablar de mi inclinación natural hacia la letra impresa y la escritura. Esto, sin duda alguna, no está a la altura de lo que me dijo.

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