EL RINCÓN
Nada que temer
SI se las acaricia, las monedas se convierten en círculos viciosos. Lo sabe todo el mundo, pero a los avaros les gusta manosearlas y disfrutan viéndolas concentradas y dóciles, puestas a buen recaudo, para que no se vayan con la música a otra parte, que el dinero siempre es un nómada. Ahora intentan alarmarnos, creo que exageradamente y con poca base, diciéndonos que los científicos han detectado casos de alergia al euro. ¿Cómo lo saben? Los científicos son seres abnegados y mantienen con ellos un trato muy distante. Lo más probable es que los picores y el enrojecimiento de las manos que sufren algunas personas tenga una etiología distinta. Quizá el sarpullido provenga de la vergüenza que les da recordar la procedencia del dinero. No sé, pero conozco a más personas que sufren alergia a los bolsillos vacíos. No es justo culpar a ese metal magnético, primo segundo de la plata, que pesa un poco más que el hierro. El único defecto del níquel es que no tiene rima posible en nuestro vasto idioma, pero por lo demás no tenemos nada que reconvenirle. Está presente en numerosas aleaciones con las que se acuñan monedas desde lejanas épocas, incluso hubo un tiempo en el que alcanzó celebridad el cuproníquel, que tenía un agujero redondo en el centro que le servía para huir de él mismo. Las personas normales no tenemos nada que temer porque no nos gusta tocar el dinero más de lo indispensable. En todo caso podrán correr algún riesgo los roñosos, en sus diversas modalidades. Hay gente a la que no le gusta gastar dinero y gente a la que le repugna. (No es lo mismo). También hay personas que han logrado que transcurra su vida sin haber invitado jamás a un café a un amigo y sin embargo no escatiman nada para ellos. Por el contrario, existe otra fauna que experimenta un dolor agudísimo cuando se concede el menor deseo. (Tampoco es lo mismo).