Diario de León
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León

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MPIEZA a ser comprensible que cada vez más ciudadanos vascos de cualquier pelaje político se refugien en sus guaridas domésticas y en la cueva silenciosa de la discreción. Es razonable tomar distancia de la esquizofrenia. Porque no de otra forma puede definirse a la situación que vive el País Vasco desde hace mucho tiempo y que se ha acentuado de forma sublime al hilo del proceso iniciado para la ilegalización de Batasuna. Entramos en el territorio de la psiquiatría cuando a un agente de la policía autonómica vasca se le dice que debe utilizarse a fondo para reprimir, pero sin pasarse, una manifestación ilegal pero parcialmente tolerada que, según su jefe máximo, se ha convocado «en defensa de las libertades». O sea: evita, pero permite; tú tranquilo, no hagas nada, pero que no pase nada. Con unas instrucciones tan claras lo mismo podían haber metido chacolí-txacolí que agua en los cañones con los que detuvieron la marcha de las libertades. El proceso abierto -tan tarde- para acabar con la permanente e intolerable connivencia de Batasuna con la banda terrorista ETA está exhibiendo hasta el escarnio las contradicciones del gobierno vasco y de los dirigentes del PNV. Y lleva hasta el grado máximo del asombro que semejantes pastores sean todavía apoyados y aplaudidos por una grey tan numerosa. Menos por esos que, aun conviviendo con sentimientos nacionalistas, se resisten a relacionar el patriotismo y la esencia de lo vasco con la esquizofrenia y la burla constante a la inteligencia propia y a la de los demás. Los acontecimientos han puesto a la sociedad vasca de buena voluntad, a todos esos ciudadanos que quieren seguir llevando sin rubor y con orgullo el título de vascos, ante el reto de superar tanta contradicción, pero no lo tienen nada fácil. Mientras es perfectamente coherente el camino emprendido para expulsar de la arena política a quienes juegan con cartas marcadas -con sangre- no conduce a nada que no sea una mayor confusión el entrar en una dinámica de prohibición de manifestaciones coartando derechos individuales que todos nos hemos ganado aunque unos los merezcan más que otros. Ciertamente, esos autos de la Audiencia Nacional prohibiendo estas actividades pueden estar muy fundados en derecho pero no hacen más que poner armas en manos de un enemigo que es maestro en aparecer como víctima cuando no es más que un vil verdugo. Dejar que hablen todos en la calle es un sano ejercicio contemplativo. Ya todos somos mayores y tenemos suficiente memoria. Por eso la ley no tiene porqué contribuir a la esquizofrenia.

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