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León

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LAS madereras, industria tan voraz como necesaria en la sociedad de consumo en la que vivimos, encuentra en el noroeste peninsular un terreno bien abonado para sus intereses: primero, materia prima en abundancia, variada y de calidad, y segundo, un medio rural deprimido en el que la crisis resta valor día a día a lo que antes era sinónimo de riqueza. En este ambiente operan unas empresas que han implantado la ley de la oferta y la demanda en el medio rural, arrancando con ello una parte importante de la querencia que el propietario guardaba por una tierra cada vez más abandonada a su suerte. Pero hace escasas semanas esta industria topó en su camino con una piedra inesperada y pequeña, pero para nada insignificante. Una asociación ecologista consiguió evitar la venta de un centenario y majestuoso ejemplar de castaño en Porcarizas, un pequeño pueblo perdido en el valle del Burbia, y lo hizo jugando con las mismas reglas que cualquier empresa: las del mercado. Los ecologistas igualaron la oferta de dinero que un intermediario de una maderera había puesto encima de la mesa del propietario por el árbol. Así, se consiguió conservar en su lugar una auténtica joya de la naturaleza, un prodigio de longevidad que ya se alzaba majestuoso sobre los Ancares antes de existir madereras, intermediarios, industria o automóviles, pues el final que le aguardaba era el de trasplantar su nobleza a los salpicaderos de los coches de lujo. Pero la acción de los conservacionistas no sólo ha servido para salvar a un castaño, viejo y ya improductivo, de ese triste final, sino que su acción ha superado las fronteras de la comarca despertando las conciencias de la clase política, dando lugar a lo que quizás algún día demos en llamar el efecto Porcarizas. El castaño de los Ancares puede ya considerarse un símbolo que ha desencadenado iniciativas políticas y desempolvado leyes hasta ahora condenadas al ostracismo, como la Ley de Espacios Naturales de Castilla y León, que parece haber tomado un nuevo impulso, o el ansiado Catálogo de especímenes vegetales singulares, que recogerá en un listado los ejemplares que conforman el patrimonio natural de la comunidad. La flora de un pueblo también forma parte de su patrimonio, como cualquier castillo templario, yacimiento aurífero o imagen religiosa. La identidad del Bierzo perdería, sin lugar a dudas, una parte importante de su riqueza si prescindiésemos del Tejo de San Cristóbal, los castaños de Villar de Acero o la encina centenaria de Otero. La industria maderera, que genera empleo y enriquece a infinidad de propietarios en la comarca, debería verse en la obligación de respetar esta riqueza natural y contener un tanto su voraz apetito para, en su buen nombre, preservarla, desviando su atención hacia otros ejemplares de valor inferior. A buen seguro sus cuentas de beneficios seguirán cuadrando aunque los cuentakilómetros de los coches de lujo dejen de estar enmarcados de retales de castaños centenarios.