Diario de León
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MARINO Gómez Santos acaba de publicar La memoria cruel, primer tomo de sus memorias. Frente al periodista o escritor que empieza matando al padre, es decir, esgrimiendo que todo es una porquería hasta que ha llegado él, Gómez Santos tuvo desde sus inicios una gran respeto por sus mayores de la profesión, lo que le llevó a convivir con Baroja, Azorín, Marañón, Gómez de la Serna, y una larga lista de ilustres, ya en la etapa última de sus vidas, mientras que él daba sus primeros pasos en la búsqueda de la forma y del estilo. Este es un aspecto interesantísimo en este autor, secretario de la Fundación Severo Ochoa, de quien fue su hombre de confianza. Vivió su juventud sin prejuicios generacionales ni canibalismos presuntuosos. Quién no tiene el don de admirar, tampoco suele tener el de aprender. Hay quienes creen que ser vanguardista consiste en desdeñar lo ya realizado por otros, para así crear después la propia obra, planteamiento absurdo, que Picasso, el gran vanguardista, nunca hizo suyo, pues nunca quiso destruir los lazos con la tradición sino con el mal academicismo. Gómez Santos nos hace partícipes de su viaje iniciático con sus mayores, pero también con quienes son sus contemporáneos. La memoria cruel, pese al título, no es una exhibición de amistades traicionadas, ni una añoranza sentimental de los años mozos, sino recuerdo sabiamente ordenado y jerarquizado, sin renunciar a la compasión y al desdén.Es un libro que debería figurar en la biblioteca de todo estudiante de periodismo y aprendiz de escritor, porque enseña a admirar, a dar los primeros pasos, aquellos que nadie puede dar por uno, pero sin renunciar a conocer las huellas ya dejadas por los maestros. Hoy un joven periodista debería sentarse a escuchar a Crémer, porque para impregnarse de su propia generación siempre hay tiempo. En las páginas de este libro quedan reflejada esa colmena llamada Madrid. Gómez Santos es un clásico. Y todavía no ha perdido el don de admirar.

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