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Publicado por
León

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AQUÍ en la Corte, donde os escribo, hay una historia que hace furor. Debe de ser por desintoxicarnos de la tensión vasca. Se trata de que a la candidata socialista a la alcaldía, Trinidad Jiménez, la han hecho cambiar de ropa. La foto del cartel era, por lo visto, demasiado insinuante. Salía demasiado guapa, dicen otros. Un poco provocadora. ¿Es que enseñaba las piernas?, se preguntarán ustedes. ¿Es que «sus pechos dormidos se nos abrían de pronto como ramos de jacinto», que decía el poeta? No, porque Trinidad ocultaba todo lo que tiene que ocultar una candidata. No había más carne en la foto que la carne de su rostro. Era todo guapo, pero todo angelical. El problema era¿ ¡su cazadora! ¡Su chupa!, que dicen los modernos. Y se la han hecho cambiar. Le han hecho ponerse una cazadora de paño, como vaquera. «Oscurézcalo un poco», me decía mi primer director, cuando me salía un artículo demasiado evidente. A Trini la han hecho oscurecer su encanto. Han sido los asesores de imagen. La han afeado, porque no se puede provocar a otras mujeres. Eso dicen. La verdad es que la han proletarizado. Una candidata del PSOE, después de que Alfonso Guerra lo proclamó «el partido de los pobres», no puede salir vestida de fino cuero. Tiene que vestir la ropa de la mayoría; de la clase media, que es donde están los votos. Ahora que ha pasado todo, Trinidad Jiménez, «la Trini» que la llaman, ha conseguido lo que busca todo político: que se hable de ella. Unos, irritados con el marketing. Otros, preocupados por el papel de la mujer. Y otros, haciendo una pregunta: ¿importan menos las ideas que una chupa? Hoy, pocos saben lo que piensa Trinidad. Pero todos sabemos que está bien. Incluso muy bien. Y, o todos nos hemos vuelto puritanos, o eso tiene que dar algún voto. De lo contrario, ¿en qué queda la erótica del poder?