Papalaguinda, cada día un espectáculo Papalaguinda, cada día un espectáculo
Viernes, 23 de agosto de 2002. Es medianoche y después de un largo y duro día de trabajo, la soberbia programación televisiva de las cuatro cadenas nacionales, (no estoy abonado a Canal Plus o Vía Digital, ni siquiera a Televisión de León pero ese es mi problema) me está sumergiendo en un apacible adormecimiento. Parece que el «centro comercial» de Papalaguinda, al contrario de otras noches a estas horas, está tranquilo. Qué sensación más placentera se siente al escuchar el suave mecimiento de las hojas de los árboles. A lo mejor tengo suerte y hoy puedo dormir sin que alguna bronca, pelea, discusión acalorada o, simplemente, cánticos tribales me lo impidan. Cuán equivocado estoy. No han pasado ni quince minutos cuando hasta el rugido de los coches que circulan por el paseo quedan silenciados por las voces exasperadas de un «cliente» del «centro comercial» que escupe toda clase de improperios al sentirse estafado en la prestación de unos «servicios» por los que asegura a voz en grito haber pagado 20 euros. Según parece, transcribo literalmente y pido disculpas, «ni ha follado ni se la han chupado», como había convenido con la trabajadora sexual de turno. La respuesta de ésta, con el mismo volumen de decibelios, no se hace esperar, confirmando su negativa a complacerle en los servicios requeridos. Ni siquiera le va a reembolsar los dichosos 20 euros. Pienso, espero y deseo fervientemente que lleguen rápidamente a un acuerdo amistoso y que me dejen volver a sumirme en el letargo. Nuevamente cometo un error de cálculo pues pasa un cuarto de hora, media hora, una hora y siguen enfrascados en la discusión, cada vez más subida de tono pues se han ido sumando efectivos de uno y otro bando. Pero no pasan sólo las horas, lo hacen también coches del 091 y 092 sin que, percatándose del altercado, intervengan para poner fin al escándalo. Es ya madrugada y comienzan a despuntar las primeras luces del día cuando el «cliente», supongo que convencido de lo infructuoso de más de tres horas de discusión, requiere la intervención de una de las patrullas que han estado rondando por el lugar para que haga justicia. Los resultados de la gestión no vienen al caso, pero sí que, gracias al espectáculo, no llegaré tarde a trabajar pues a la hora que es ya no merece la pena que me arriesgue a que el despertador me juegue una mala pasada. Después de todo debo de estar agradecido y me pregunto los motivos por los que en otros lugares de la ciudad se ha decretado el cierre de los establecimientos legales de diversión a la temprana hora de las tres y media de la mañana. Esos vecinos tendrían las mismas garantías que yo. Después de este relato, permítame el señor alcalde, decir que espero que dentro de unos meses, mayo quizás, usted, su partido y todas las demás organizaciones políticas que vagan por el consistorio y que sufragamos los sufridos ciudadanos, unas en su equipo de gobierno por intereses exclusivamente personales, otras en la oposición por su manifiesta e indiscutible incompetencia, pero todas premeditadamente ciegas ante éste y otros muchos problemas que acucian a los vecinos, vengan a solicitar el voto para seguir haciendo nada, o como mucho cubrir de asfalto y cemento la ciudad. Cuando lo hagan diríjanse unos y otros directamente a las prostitutas del paseo pues sólo ellas serán las que tengan algo que agradecerles, aunque sólo sea su pasividad. Pero tengan en cuenta que, desgraciadamente para ellas, no estarán en el censo que tanto les preocupa a los políticos por conllevar más dinero para dilapidar. A.R.G. (León). Viernes, 23 de agosto de 2002. Es medianoche y después de un largo y duro día de trabajo, la soberbia programación televisiva de las cuatro cadenas nacionales, (no estoy abonado a Canal Plus o Vía Digital, ni siquiera a Televisión de León pero ese es mi problema) me está sumergiendo en un apacible adormecimiento. Parece que el «centro comercial» de Papalaguinda, al contrario de otras noches a estas horas, está tranquilo. Qué sensación más placentera se siente al escuchar el suave mecimiento de las hojas de los árboles. A lo mejor tengo suerte y hoy puedo dormir sin que alguna bronca, pelea, discusión acalorada o, simplemente, cánticos tribales me lo impidan. Cuán equivocado estoy. No han pasado ni quince minutos cuando hasta el rugido de los coches que circulan por el paseo quedan silenciados por las voces exasperadas de un «cliente» del «centro comercial» que escupe toda clase de improperios al sentirse estafado en la prestación de unos «servicios» por los que asegura a voz en grito haber pagado 20 euros. Según parece, transcribo literalmente y pido disculpas, «ni ha follado ni se la han chupado», como había convenido con la trabajadora sexual de turno. La respuesta de ésta, con el mismo volumen de decibelios, no se hace esperar, confirmando su negativa a complacerle en los servicios requeridos. Ni siquiera le va a reembolsar los dichosos 20 euros. Pienso, espero y deseo fervientemente que lleguen rápidamente a un acuerdo amistoso y que me dejen volver a sumirme en el letargo. Nuevamente cometo un error de cálculo pues pasa un cuarto de hora, media hora, una hora y siguen enfrascados en la discusión, cada vez más subida de tono pues se han ido sumando efectivos de uno y otro bando. Pero no pasan sólo las horas, lo hacen también coches del 091 y 092 sin que, percatándose del altercado, intervengan para poner fin al escándalo. Es ya madrugada y comienzan a despuntar las primeras luces del día cuando el «cliente», supongo que convencido de lo infructuoso de más de tres horas de discusión, requiere la intervención de una de las patrullas que han estado rondando por el lugar para que haga justicia. Los resultados de la gestión no vienen al caso, pero sí que, gracias al espectáculo, no llegaré tarde a trabajar pues a la hora que es ya no merece la pena que me arriesgue a que el despertador me juegue una mala pasada. Después de todo debo de estar agradecido y me pregunto los motivos por los que en otros lugares de la ciudad se ha decretado el cierre de los establecimientos legales de diversión a la temprana hora de las tres y media de la mañana. Esos vecinos tendrían las mismas garantías que yo. Después de este relato, permítame el señor alcalde, decir que espero que dentro de unos meses, mayo quizás, usted, su partido y todas las demás organizaciones políticas que vagan por el consistorio y que sufragamos los sufridos ciudadanos, unas en su equipo de gobierno por intereses exclusivamente personales, otras en la oposición por su manifiesta e indiscutible incompetencia, pero todas premeditadamente ciegas ante éste y otros muchos problemas que acucian a los vecinos, vengan a solicitar el voto para seguir haciendo nada, o como mucho cubrir de asfalto y cemento la ciudad. Cuando lo hagan diríjanse unos y otros directamente a las prostitutas del paseo pues sólo ellas serán las que tengan algo que agradecerles, aunque sólo sea su pasividad. Pero tengan en cuenta que, desgraciadamente para ellas, no estarán en el censo que tanto les preocupa a los políticos por conllevar más dinero para dilapidar. A.R.G. (León).