Diario de León

Trampa mortal en la carretera Trampa mortal en la carretera

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León

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No es redonda, cuadrada o triangular. Es longitudinal, larga, muy larga; es el escalón o talud lateral que forma el borde de las sucesivas placas de asfalto, especialmente en nuestras carreteras de montaña, desprovistas de arcén asfaltado por necesidad de su estrechez, y de arcén de tierra por alevosa ocupación de los quitamiedos (que en muchas ocasiones meten más miedo del que quitan). Sí. Tú, Primitivo, fuiste quien me lo demostró el lunes 29 de julio pasado, en el Km. 94,900 de la N. 621, en una curva sin visibilidad a la salida de Riaño en dirección a Boca de Huérgano, recién acostado de bruces en el asfalto, con tu cabeza en un charco de sangre, tus gafas rotas en medio de la calzada y tu bicicleta retorcida a la orilla. Tu doloroso respirar jadeante me gritó con gran voz sin palabras la tranquilidad e impunidad con que sembramos las trampas las carreteras o asistimos pasivos a esa siembra. Cuando volvimos de Riaño, después de avisar en el cuartel de tu situación, preguntamos a los guardias que ya estaban junto a ti, mientras los sanitarios te introducían en la ambulancia, pero poco nos pudieron decir. Sí vimos cómo era la trampa en que habías caído. En ese punto, el arcén asfaltado de 50 centímetros de anchura se reducía de repente hasta quedar en unos veinte o treinta. Además la orilla de tierra se cambiaba por un suelo de cemento sin asfaltar de unos 60 cm. de anchura que hacía más difícil de percibir la trampa donde caíste. Quizás oíste el coche que llegaba por detrás y viste el que venía de frente, y eso mismo te impidió ver que orillabas demasiado al llegar a ese fatal punto. El instintivo giro de la rueda, impedido por el escalón lateral, lanzó tu cuerpo al asfalto. Por esos días estaban cubriendo con una nueva capa de asfalto el tramo desde Boca al puerto de San Glorio. Vi cómo crecía ese efecto-trampa del escalón lateral, no sólo en las curvas o al lado de los quitamiedos, sino en los tramos más suaves y rectos. Ese miércoles en León fui a ver al ingeniero responsable; en una lacónica entrevista, digna de ser contada por Larra, me contestó que «ya saben los ciclistas y motoristas que deben ir por la calzada y no pisar la raya blanca lateral». Así es que ahora ya se lo digo yo, no sólo a ellos sino a los peatones: «Si en una curva oís venir un vehículo por detrás, no os orilléis, que Obras Públicas no dará un céntimo por vuestras vidas si sufrís una mala caída. Al menos si es el coche el que os atropella, su seguro dará algo por vuestra muerte a vuestros inconsolables familiares». Cuando diez días después volvimos de Asturias, oímos que habías muerto aquel viernes siguiente, y el grito de tu cuerpo estúpidamente maltratado por una obra mal hecha y peor inspeccionada se nos clavó hasta el alma. Por eso ahora te escribo esta carta de rabia y dolor. Para que tu familia y tus amigos sepan que no están solos en esta protesta por la injusticia de tu muerte. Para intentar que nadie más caiga en esa trampa alargada. para que no sea sólo un sueño que algún responsable suavice ese largo talud continuado en nuestras carreteras de montaña. Leopoldo Riega Díez (Portilla de la Reina). No es redonda, cuadrada o triangular. Es longitudinal, larga, muy larga; es el escalón o talud lateral que forma el borde de las sucesivas placas de asfalto, especialmente en nuestras carreteras de montaña, desprovistas de arcén asfaltado por necesidad de su estrechez, y de arcén de tierra por alevosa ocupación de los quitamiedos (que en muchas ocasiones meten más miedo del que quitan). Sí. Tú, Primitivo, fuiste quien me lo demostró el lunes 29 de julio pasado, en el Km. 94,900 de la N. 621, en una curva sin visibilidad a la salida de Riaño en dirección a Boca de Huérgano, recién acostado de bruces en el asfalto, con tu cabeza en un charco de sangre, tus gafas rotas en medio de la calzada y tu bicicleta retorcida a la orilla. Tu doloroso respirar jadeante me gritó con gran voz sin palabras la tranquilidad e impunidad con que sembramos las trampas las carreteras o asistimos pasivos a esa siembra. Cuando volvimos de Riaño, después de avisar en el cuartel de tu situación, preguntamos a los guardias que ya estaban junto a ti, mientras los sanitarios te introducían en la ambulancia, pero poco nos pudieron decir. Sí vimos cómo era la trampa en que habías caído. En ese punto, el arcén asfaltado de 50 centímetros de anchura se reducía de repente hasta quedar en unos veinte o treinta. Además la orilla de tierra se cambiaba por un suelo de cemento sin asfaltar de unos 60 cm. de anchura que hacía más difícil de percibir la trampa donde caíste. Quizás oíste el coche que llegaba por detrás y viste el que venía de frente, y eso mismo te impidió ver que orillabas demasiado al llegar a ese fatal punto. El instintivo giro de la rueda, impedido por el escalón lateral, lanzó tu cuerpo al asfalto. Por esos días estaban cubriendo con una nueva capa de asfalto el tramo desde Boca al puerto de San Glorio. Vi cómo crecía ese efecto-trampa del escalón lateral, no sólo en las curvas o al lado de los quitamiedos, sino en los tramos más suaves y rectos. Ese miércoles en León fui a ver al ingeniero responsable; en una lacónica entrevista, digna de ser contada por Larra, me contestó que «ya saben los ciclistas y motoristas que deben ir por la calzada y no pisar la raya blanca lateral». Así es que ahora ya se lo digo yo, no sólo a ellos sino a los peatones: «Si en una curva oís venir un vehículo por detrás, no os orilléis, que Obras Públicas no dará un céntimo por vuestras vidas si sufrís una mala caída. Al menos si es el coche el que os atropella, su seguro dará algo por vuestra muerte a vuestros inconsolables familiares». Cuando diez días después volvimos de Asturias, oímos que habías muerto aquel viernes siguiente, y el grito de tu cuerpo estúpidamente maltratado por una obra mal hecha y peor inspeccionada se nos clavó hasta el alma. Por eso ahora te escribo esta carta de rabia y dolor. Para que tu familia y tus amigos sepan que no están solos en esta protesta por la injusticia de tu muerte. Para intentar que nadie más caiga en esa trampa alargada. para que no sea sólo un sueño que algún responsable suavice ese largo talud continuado en nuestras carreteras de montaña. Leopoldo Riega Díez (Portilla de la Reina).

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