El signo del zorro

SI los zorros fueran tan astutos como se les representa en las fábulas, serían ellos los que habrían organizado cacerías de hombres. El taimado y vertiginoso mamífero fue siempre una víctima del ser humano, que es el mayor depredador del planeta, y han sido los ingleses, entre los que abundan los seres humanos, los que más se han distinguido en su persecución. Jinetes de casaca roja les han acosado siempre por alcores y collados, con las adiestradas jaurías escandalosas. El primer ministro, Blair, que está dispuesto a participar activamente en la cacería de Sadam Husein, montado a lomos de Bush, quiere suprimir estas tradicionales matanzas y se ha formado una gorda. Cerca de 400.000 personas se manifestaron por las calles de Londres contra el Gobierno. La caza del zorro se convirtió en la caza de Tony Blair. El príncipe Carlos, que es todo oídos, ha escuchado la voz del pueblo y le ha escrito una desapacible carta al primer ministro. El contenido de la misiva delata el contenido de la cabeza del consolable viudo de lady Di: le acusa entre otras cosas de tratar a los agricultores «peor que a los negros o lo gays», como si los gays y los negros merecieran ser maltratados en una u otra escala. También Camila Parker, en perfecta compenetración con él, se ha sumado a la protesta. En una evidente falta de compañerismo, la rubia Camila se proclama partidaria entusiasta de la cacería del zorro. Muchas veces, se entiende por tradición el arte de dificultar el progreso moral de los pueblos, acogiéndose a las costumbres de los antepasados. Entre nosotros también se formó un lío muy grande cuando el inflexible Papa Pío V amenazó con la excomunión, allá por el año 1567, a su católica majestad Felipe II si no prohibía las corridas de toros. De nada sirvió. Pudo más la razón de Estado y a Su Santidad le dijeron que se fuera a hacer puñetas. Todo depende del punto de vista: como a mí me gustan los toros, quiero que siga habiendo corridas y como también me gustan los zorros, deseo que se supriman las cacerías.