Diario de León
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LEVAMOS días o semanas de campaña electoral, con vista a las municipales/autonómicas de mayo, que serán sin duda las primarias de las generales siguientes, y la sociedad percibe más sombras políticas que claridades. Parece en cierto modo lógico que Marruecos, nuestro «incómodo vecino del Sur», siembre de chinchorrerías las relaciones bilaterales y hasta sienta herida su exacerbada susceptibilidad por inexistentes agravios españoles, pero resulta muy difícil de entender que nuestra ministra de Asuntos Exteriores, la enternecedora Ana Palacio, se sienta obligada a telefonear al secretario de Estado norteamericano, Colín Powell, para explicarle que el último incidente en la célebre isla Perejil ha sido un «malentendido» de Marruecos, porque ningún helicóptero español se «posó» en el islote. Resulta igualmente difícil de entender que a Colin Powell se le considere garante del acuerdo que puso fin el 22 de julio pasado a la crisis hispano-marroquí por el susodicho islote, como si un país que se respete a sí mismo no fuera capaz de ser garante de sus propios compromisos internacionales. Se comprende casi mejor el alineamiento sin condiciones del presidente Aznar con las tesis de Bush sobre la necesidad de un ataque a Irak, con o sin respaldo de las Naciones Unidas. La fuerza mimética de Blair, quien apoya a Bush con mejores sentimientos que argumentos, vistos los que al fin ha desplegado sobre el peligro de Irak, ha atraído a algún otro país europeo, aunque no a Francia, que se opone tradicionalmente a todas guerra preventiva, ni a Alemania, cuyo canciller, sin embargo, se ha sentido obligado a ir a Londres para hacerse perdonar parabólicamente por Washington sus fintas electorales anti-Bush, aunque sin arrodillarse en el confesionario de Downing Steet. Pero lo que ya no entiende, ni queriendo, es la arremetida de Al Gore contra George W. Bush después de haber perdido frente a él de manera ciertamente confusa las últimas elecciones norteamericanas. Denuncia Al Gore que Bush está intentando que la legalidad internacional sea sustituida por un sistema en el que no haya más ley que la voluntad del presidente de Estados Unidos. Si nos atenemos al desdén que dedica Bush al apoyo de las Naciones Unidas a una guerra contra Irak, Al Gore tendría algo de razón, y otra denuncia del candidato derrotado -la Casa Blanca estaría glorificando la idea de dominación- explicaría de algún modo que Colin Powell se convierta en garante de un acuerdo hispano-marroquí, pues ningún espacio del planeta, y menos en el Mediterráneo, debería quedar fuerza de ese dominio glorificado.

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