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Publicado por
León

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YA se ha empezado a decir que España ha dejado de ir bien. Se ha empezado a caer, por tanto, el eslogan más querido de la etapa aznarista. ¿Hay datos objetivos para mantener esa pesimista tesis? Oficialmente, no. El discurso oficial mantiene que nuestra nación crece el doble que el resto de Europa. Las altas en la Seguridad Social siguen a buen ritmo. Los niveles de empleo no son peores. No hay, por tanto, razones para el negativismo. Sin embargo, la percepción ciudadana no parece tan feliz. Los titulares de planes de pensiones tienen, sencillamente, miedo. Los millones de inversores en Bolsa han pasado un calvario y esta mañana rezan para que se mantenga la tendencia de ayer. Los indicadores económicos sólo traen incertidumbre. En el plano político, no se perciben soluciones para casi nada: ni para el terrorismo, ni para suavizar la tensión vasca, ni para imponerse a los caprichos de Marruecos. Además, se incrementan los frentes de conflicto en el mundo del trabajo y en la educación. Muchos de esos problemas -Marruecos, de forma singular- no dependen de la voluntad ni de la capacidad del Gobierno. La intuida crisis económica está determinada por la coyuntura internacional. Pero, frente a los agobios, los ministros hablan del futuro. Todos tienen muchos proyectos de futuro en Sanidad, impuestos, educación u obras públicas. Todos los días hay declaraciones que anuncian un paraíso. ¿Qué significa eso? Que se está entrando en esa peligrosa fase donde se demuestra que es más fácil soñar que administrar. Y significa que se ha comenzado a gobernar mirando a las urnas. Y así, descubrimos que tenemos un gobierno de futuros, más que un gobierno de presentes. Tengan cuidado. Los votos no se ganan sólo con promesas, sino con el arreglo de las insatisfacciones actuales. Y éstas ya están decidiendo el próximo voto. Lo que dicen los ministros sólo es un acto de fe.

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