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León

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LA violencia doméstica, los malos tratos físicos y psíquicos, que muchos hombres ejercen sobre las mujeres es una práctica odiosa que, pese al rechazo social cada vez más extendido, está aún lejos de desaparecer. No es de hoy, aunque hoy sale a la luz con más facilidad, pues muchas mujeres denuncian sin miedo esas prácticas; pero tampoco hay que creer que ayer, es decir en el pasado, fuera moneda corriente y que no se castigara. Es cierto que el marco jurídico y las concepciones ideológicas del Antiguo Régimen tenían como fundamento la familia patriarcal, en la que el núcleo familiar se regía por el principio de la supremacía del marido y del padre sobre la mujer y los hijos. A aquel le correspondía la administración de los bienes familiares, propios o de su mujer, y en exclusividad detentataba la patria potestad. Pero de ahí a hacer lo que le viniere en gana, hay un abismo; pues la presión social, las creencias religiosas y los jueces estaban prestos para cortar determinados abusos. No me resisto a copiar, como ejemplo de lo dicho, un elocuente documento recogido del Archivo Histórico Provincial de León, del año 1592, por el que un tejedor de Villafranca del Bierzo pide al juez que le revoque la condena de destierro por malos tratos a su mujer. Dice textualmente lo siguiente: «Yo Juan Rodríguez de la Fontiña, tejedor de lienzos, vecinos de la villa de Villafranca, desterrado de la dicha villa de Villafranca por pleyto que ubo entre mi y mi mujer Ynés Calbeta, diciendo que la trataba mal. Agora estamos yo y la dicha Ynés Cabeta mi mujer conformes para azer vida maridable, en servizio de Dios nuestro Señor Jesuchristo. Lo qual estando cumpliendo mi destierro, la dicha Ynes Cabeta mi mujer me ynbiaba cartas diziendo que fuese a serbir a Dios nuestro señor con ella y que ella era muy contenta dello,y ansi parezco delante de Uuestra señoría con este testimonio de verdad, con el sino y firma de Alonso de Vega, escribano público del número de la dicha villa de Villafranca, de como la dicha Ynés Calbeta, mi mujer, tiene por vien de que me sea alzado el distierro en que soy condenado. Suplico a Vuestra señoría sea serbido de que se me aga limosna de alçarme el distierro en que soy condenado para que yo baya a serbir a Dios nuestro señor con mi mujer y no ande perdido por tierras ajenas, escetera. (Firmado) Juan Rodríguez de la Fontiña». Ciertamente el modelo de matrimonio predicado por la Iglesia Católica exigía de las mujeres el que prestaran obediencia y acatamiento a sus maridos; pues, como decían los moralistas de la época, ésta era la mejor fórmula para obtener la paz y la armonía familiar. Pero como se deduce del texto, los maridos que infringían malos tratos a las mujeres, a veces era condenados con penas de destierro, que los jueces obligaban a cumplir taxativamente. El papel que las creencias religiosas jugaban en la armonía familiar se hace evidente en el texto; al desaparecer éstas, los malos tratos, que existieron en el pasado, repito, se han hecho sin duda más frecuentes: no hay ninguna cortapisa de índole moral, la conciencia y el arrepentimiento, que frene a los maltratadores; solo la ley o la presión social. Por eso es tan importante la actitud de los jueces. La justicia española no protege como debiera a las españolas víctimas de los malos tratos de sus novios y maridos. A la violencia se suma un sistema judicial en el que una buena parte de las denuncias no prosperan, o los agresores son absueltos en su mayoría. Por esa razón hace unos días se creaba el Observatorio sobre la Violencia Doméstica, en el que participan los Ministerios de Justicia, Trabajo y Asuntos Sociales y el Consejo General del Poder Judicial. Esperemos que los jueces tomen nota de esta grave preocupación social y actúan con rectitud pero con severidad. Los malos tratos deben de ser desterrados de nuestra sociedad.