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Publicado por
León

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España le ha sido extremadamente difícil mantener con los países del norte de África unas relaciones bien definidas y estables, tanto por la evolución del Magreb en la segunda mitad del pasado siglo, que exigía la readaptación de los planteamientos diplomáticos, como por nuestras turbulencias políticas internas. Si el Magreb pasó de una situación colonial a la independencia de los países que lo forman, España saltó traumáticamente en los setenta últimos años del siglo XX de una monarquía a una república, de una república a una guerra civil, de esa guerra a una dictadura inacabable y de esa dictadura a la democracia. Y nuestra política norteafricana sigue viéndose enredada en cuestiones menores, como el islote Perejil, por asuntos mayores, como el futuro del antiguo Sahara español. Sin necesidad de someter el franquismo a un juicio histórico, debe reconocerse que en las relaciones entre España y Marruecos ha influido decisivamente nuestro llamado ejército «africanista», del que Franco ha sido un fiel exponente. Y a Franco, cuya biografía profesional ascendente se construyó en el Rif, como la de tantos de sus compañeros, la independencia de Marruecos le pilló a contrapié, y habituado al rostro guerrillero de Abd El Krim, tal vez no llegó a entender el cambio marroquí, reflejado en la formación de la dinastía alauita, educada en La Sorbona, intelectualmente francesa y cartesiana, y decidida a introducir los esquemas mentales de Occidente en la caótica ambigüedad del mundo árabe. El antiguo Sahara español limita con Mauritania, Argelia y Marruecos, y con el Atlántico a su oeste, y dado que esos tres países tenían enorme interés por no verse excluidos del futuro de ese gran trozo de desierto, España inventó la diplomacia del «taburete de tres patas», neutralizando algún conflicto con Marruecos mediante una aproximación a Argelia, o viceversa, y, en ocasiones, enfatizando nuestras relaciones con Mauritania. Ocurre ahora, sin embargo, que Mauritania ha desaparecido del esquema, al desentenderse del Sahara por presiones marroquíes, y a nuestra diplomacia le va a resultar difícil manejar un taburete de sólo dos patas, la marroquí y la argelina. La visita a Madrid del presidente Buteflika ha servido para firmar un tratado de amistad y cooperación, y otro de asistencia judicial, sobre todo en casos de terrorismo, pero no parece que un tratado bilateral pueda aumentar las relaciones económicas y mercantiles entre Madrid y Argel, que son voluminosas e intensas, como demuestra la presencia en Argelia de empresas españolas y el gas argelino que consume España, lo que abre esporádicas especulaciones sobre la conveniencia de diversificar las fuentes de suministro, por la excesiva dependencia argelina. Se le han dado celos a Marruecos con Argelia, y nuestra ministra Ana Palacio demostró ante su colega argelino Belkhadem que estaba pensando en el otro, en el marroquí Bennaissa, al extremo de mencionar a Marruecos cuando debía decir Argelia. Pero bueno es esperar al enderezamiento de las relaciones Madrid/Rabat haciendo buena diplomacia en otros países de África del Norte. 10/08/16-48/2002