Pelea por unas décimas

AL señor Rodríguez Zapatero le vino a ver Dios, en forma de Banco de España. Le ha dado argumento para hacer algo de oposición en materia económica. Hasta ahora había sido imposible, porque la teología del «España va bien» parecía un dogma que nadie se atrevía a discutir. Pero ahora, como el gobernador Caruana rebajó las previsiones de crecimiento, Rodríguez Zapatero encontró un clavo al que agarrarse. Y se agarró. Sus declaraciones en Londres han sido una dura descalificación de la gestión económica del Gobierno y, sobre todo, de los Presupuestos del Estado, a los que llamó «inviables». ¡Pero, hombre, señor Zapatero! ¡Si no estamos juzgando resultados, sino hablando de previsiones! ¡Si Caruana sólo marcó una diferencia de dos décimas para este año y cinco para el que viene! ¿Y por esas décimas montamos ese pollo? Aquí sólo hay una visión optimista y otra pesimista. La optimista, naturalmente, es la del Gobierno, que tiene la obligación de sonreir siempre que habla de economía, para que no se enfríe el dinero. Un ministro de Economía es como un locutor de telediarios: sonríe incluso cuando cuenta una tragedia. Y el Banco de España aplica criterios técnicos que reducen el entusiasmo oficial. Eso es todo. Para quienes acabamos de saber que el 62 por ciento de los españoles no consiguen ahorrar un euro; para quienes hemos leído en este periódico que la recesión ha costado un millón de empleos, y para quienes hemos visto que el consumo familiar ha caído más de un 4 por ciento, es toda una esperanza ver que la economía crecerá el próximo año. Nos importan un pimiento esas décimas de diferencia. Porque, con un consumo tan retraído, lo normal sería que empezasen a cerrar empresas. Si no se anuncia tal catástrofe, ¿qué importancia pueden tener unas décimas de diferencia? Sólo una: que vale para hacer oposición.