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Publicado por
Francisco Luis Rodríguez Fernández
León

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En dos hospitales leoneses de cuyos nombres poco quiere acordarse nadie y en estos días aún menos, se obra a diario el milagro de «desconjugar» el verbo desahuciar. Uno de ellos tiene ese nombre maldito (aunque de una santa) al que todo el mundo en León se refiere y que nadie quiere oír refiriéndose a uno, pues decir: «Estás para Santa Isabel» implica estar exactamente eso, desahuciado, estar «de remate», para meterte en un pozo del que ya no podrás salir jamás. Nada más lejos de la realidad.

En tiempos de grandes avances científicos, en los que se operan las barrigas con robots, te aceleran el corazón o te lo reactivan con aparatitos implantados o te colocan prótesis ultra anatómicas de casi todo, la calidad humana como avance en el manejo de distintas patologías es un valor que cotiza a la baja pese a que desde todas las instancias se reclama. Y, aparte de avances científicos, que los hay, fármacos de última generación para el tratamiento de los padecimientos mentales que, pese a su modernidad, serán vistos como «dinofármacos» dentro de doscientos años al igual que actuales marcapasos, desfibriladores, ‘Davincis’ etc, en el Hospital Santa Isabel, uno de los cinco edificios de los que consta el Caule, lo más importante del trabajo que se realiza es humano. Cinco equipos multidisciplinares en los que el médico es una pieza más y, muchas veces, prescindible. El trabajo rehabilitador recae en equipos en los que lo de menos es la enfermedad mental y lo de más es la persona en todas sus acepciones, incluyendo lo laboral, residencial, teniendo en cuenta también, como no, lo afectivo... Muchas personas trabajando a destajo cada caso individual en colaboración con asociaciones de pacientes como Alfaem, Asprona y entidades sin ánimo de lucro como Soltra, fundaciones tutelares Feclem, Futudis... todos ellos poniendo su granito de arena para que las personas con enfermedad mental o con algún tipo de discapacidad por esa causa, puedan tener una vida que merezca la pena ser vivida. Proporcionan todo lo necesario para ello: apoyo en aquellas áreas de dificultad, vivienda, trabajo, afecto... Mi homenaje desde aquí a personal de limpieza, mantenimiento, costura, cocina, administrativo, celadores, auxiliares (TCAE), terapeutas ocupacionales, trabajadoras sociales, enfermeras, psicólogos clínicos y psiquiatras que día a día luchan a brazo parrido por acabar con ese estigma que supone «estar en Santa Isabel».

El segundo lugar de «deshaucio», más visible este año del covid, es el Hospital Monte San Isidro, otro de los cinco edificios de los que consta nuestro Caule. Otro nombre innombrable que suena a muerte en esta pandemia. Otro lugar de desahuciados al que envían a los viejos al cadalso. Nada más incierto. He tenido la oportunidad y la suerte de trabajar en esta pandemia allí, codo con codo con compañeros exhaustos que pidieron ayuda a otros médicos, especialistas en otras cosas, pero médicos al fin. Y allá que nos pusimos a desempolvar viejos conocimientos y a impregnarnos de nuevos protocolos y estrategias para, junto a todo el personal de allí luchar a brazo partido por cada vida, tuviese la edad o el estado previo que tuviese. Las enfermeras, auxiliares TCAE, personal de limpieza, administrativos, trabajadores sociales, celadores y un incontable número de colectivos, se han dejado la piel y la salud en una labor que ha sido poco visible en la sociedad. No se trataba de ayudar a morir al «desahuciado», se trata de salvarle la vida sin escatimar esfuerzos de ningún tipo cuesten lo que cuesten, siempre con criterios clínicos. Y si pese a todo el esfuerzo se nos va, es entonces cuando hay que saber cuál es el momento de ayudar a morir. Así y en esa lucha de todos ha salido para adelante mucha más gente de lo que parece, incluso de edades centenarias o casi y con estados clínicos previos por los que nadie daría un duro.

De uno y otro modo, en un lugar y en el otro, nadie pronuncia ese infausto sustantivo: Desahuciado.