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León

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LOS que tenemos la suerte o la desgracia de haber nacido y vivido siempre en una ciudad, esos urbanitas de corazón de neón que cantaba el inimitable Javier Gurruchaga, sabemos mucho de luces, edificios y gente corriendo. Pero poco de la vida sencilla, genuina y auténtica que se llevaba en los pueblos, auténtica columna vertebral de aquella España de estructura agraria cuyos modos y maneras, desgraciadamente, están condenados a desaparecer antes de que ni siquiera nos lleguemos a dar cuenta. Por ello, con motivo de hacer un extraordinario acopio documental para la obra sobre El siglo de León. Todos los pueblso y sus gentes que publica en la actualidad en fascículos coleccionables nuestro periódico, los que inavitablemente tenemos que definirnos como urbanitas hemos iniciado con gusto y curiosidad un viaje de exploración y exorcismo para rescatar de las tinieblas de la desmemoria las fotografías de época de los pueblos leoneses y sus gentes durante el siglo XX. Y a título personal, tengo que confesar la fascinación que produce el pintoresco y anacrónico encanto de ceremonias rurales como el palo de los pobres o cobrar el piso. Tradiciones de raíces costumbristas y dotadas de un extraordinario pedigrí histórico que, en modo alguno, pueden escapar por las rendijas de la memoria y quedar archivadas para siempre en el destartalado y polvoriento baúl del olvido. De ahí el valor nostálgico y etnográfico de la colección de fascículos que recogen diariamente nuestros lectores, pues al fin y al cabo tan sólo somos lo que recordamos.