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Publicado por
León

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POR lo visto y leído en los últimos tiempos, habría que sustituir los floridos versos de Rubén Darío, «Juventud, divino tesoro», por los más apropiados de «¡Juventud, cuánto ceporro!». No conviene generalizar, y de la epidemia de tontuna colectiva que parece afectar a algunos de nuestros menores, quedaría excluido el gran sector de jóvenes que estudian o trabajan por cuatro cuartos, teniendo por delante un horizonte vital de lo más crudo. Inevitablemente son los otros, esos animalitos de Dios que viven fronterizos con el amanecer, los que arman más ruido por su parafernalia de violencia y camaradería. Si un día destrozan el mobiliario urbano de Cáceres porque cierran pronto los bares y el adoquín-party ya no es lo que era, el otro se disponen a asistir al fútbol y muchachos que llevan encima una bodega y varios botiquines, están a punto de linchar en público, ante los ojos asombrados de media España, a un pobre vigilante que cuidaba de los balones. La estulticia pandillera no sabe de fronteras autonómicas y ahora, alentados por la uniformización que produce la estupidez, los alumnos de un colegio privado de Vitoria han montado una pequeña empresa de vídeos, gracias a la venta y alquiler de una cinta en la que aparece una pareja de sus compañeros en plena práctica sexual, con el agravante de que la niña apenas ha cumplido los 13 años. La gilipollez y la pura malicia respiran por turnos en nuestra vieja piel de toro, sustentadas por jovencitos que semejan estereotipos de la cultura de masas. Y es que cada país produce monstruos a su medida.

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