Bin Laden se congratula

PODÍA haberse lavado las manos y secárselas luego, desenvolviendo el turbante y usándolo como toalla, pero lo que ha hecho el invisible líder de Al Qaida ha sido alegrarse públicamente y felicitar a las naciones islámicas -así, en bloque- por «las heroicas operaciones llevadas por sus combatientes en Yemen y Kuwait». Se espera que, de un momento a otro, se congratule también por la matanza de turistas en Bali. El terrorismo, al globalizarse, está cumpliendo su misión más ambiciosa: asustar a todos. ¿Dónde se producirá el próximo atentado?. El ministro del Interior, Ángel Acebes, ha aumentado nuestra zozobra con unas declaraciones destinadas a tranquilizarnos. Asegura que los servicios españoles dedicados a la lucha antiterrorista no tienen ningún dato que haga temer que nuestro país vaya a ser de forma inminente objetivo de alguna acción criminal. En la palabra «inminente» está la clave. El señor ministro, al que nadie ha injuriado hasta el extremo de atribuirle una inteligencia portentosa, ha creado inquietud. Para acabar de arreglarlo, nos aconseja estar alertas y nos revela, en un alarde de perspicacia, que la única forma de evitar atentados es que los terroristas «ingresen en la cárcel». Con declaraciones así, aunque sigamos sin temer que Bin Laden bombardee la Alhambra, vamos a mirar con un recelo enorme a los moros que venden relojes y linternas por los bares, repitiendo las dos únicas palabras que conocen de nuestro vasto idioma, que por desgracia son la misma: ¡barato!, ¡barato!. Los más pesimistas, entre los que no me encuentro, ya que me sentiría muy incómodo, hablan de una especie de Cruzadas al revés, mientras en Irak se vota la continuidad de Sadam Husein. Dicen los que todavía hacen excursiones que lo primero que contempla el visitante al llegar al aeropuerto de Bagdad, donde antes se iba montado en una alfombra, es un letrero donde se lee «Abajo los Estados Unidos». Luego, en el hotel, hay otra alfombra con la imagen de Bush padre. Para que la pisen todos.