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Publicado por
León

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EL culebrón de este año se llama vivienda. Todas las semanas, por lo menos, aparece un documentado estudio que nos recuerda lo cara que se ha puesto. Es como la mala conciencia de esta sociedad, que dice a los jóvenes que abandonen toda esperanza de tener una casa. Cada estadística supera a la anterior. Los ladrillos suben más que el petróleo. Los afortunados que tengan varias casas parecen potentados dueños de un pozo en el Golfo Pérsico. Y debe de hacer bastantes potentados, porque sólo en la ciudad de Madrid se calcula que hay cien mil pisos vacíos. Es como si todo el interland de A Coruña se hubiera quedado deshabitado de golpe. Hay gente que acumula pisos igual que los pobres acumulamos medicinas en la mesilla de noche. Como están tan próximas las elecciones, la vivienda se convertirá en un preciado objeto de mercancía electoral. Veremos fastuosas promesas que tendrán como protagonista al suelo. Se anunciarán viviendas protegidas, casas baratas para jóvenes, promociones destinadas exclusivamente al alquiler y otras maravillas que se fabrican en los gabinetes de estrategia. De estas elecciones saldremos todos con casa puesta. Pero hay algo que debemos advertir a esos gabinetes: hagan lo que sea, pero no se les ocurra bajar el precio de la vivienda. Es cierto que un alto porcentaje de la población no puede acceder a ella. Pero también lo es que los propietarios actuales se consideran ricos. Para muchos, es su único ahorro, salvo que la Bolsa se haya comenzado a enderezar ayer. Para otros, es su única seguridad de jubilación. Decirle ahora a toda esa gente que se va a bajar el precio de sus ladrillos es como cortarles una esperanza de vida y de futuro. Acabarían votando a quien prometiera casas todavía más caras, si eso fuera posible. La experiencia dice que un piso es lo único que nunca ha bajado en este país.

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