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León

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PERMÍTANME que levante un pequeño monumento a la imaginación nacional. He seguido el fraude masivo de los cursos de formación que administran patronales y sindicatos, y es maravilloso. Más entretenido que los autos de Garzón. Por ejemplo, ha descubierto la «empresa-meiga»; es decir, la que no existe, pero hayla. Hayla para chupar de la teta del Estado. Y abunda: 36.000 que no existen han tomado corporeidad para cobrar las ayudas del Forcem. Ese organismo se ha convertido, además, en un hecho cultural sin precedentes. Ha pagado estudios de Bellas Artes e Historia de América. Un empleado de HUNOSA sacó el título de entrenador de fútbol. Otro de la Bazán se especializó en tocar el fagot. ¿Quién ha dicho que el currante español carece de inquietud cultural? Los currantes españoles hemos gastado cientos de millones de euros en estudios. ¿Y los sindicatos? ¿Y las patronales? ¡Auténticos mecenas!. Compiten, calladamente, con el Instituto Cervantes. Son el auténtico Ministerio de Cultura. Ahí donde los ven, exigiendo fondos para formación continua, encuentran recursos para formar grandes músicos que veremos en la Orquesta Nacional; entrenadores que barrerán a odiosos extranjeros como Van Gaal. ¡Viva la cultura! ¡Viva el patriotismo! Luego vienen los aguafiestas, y hablan de fraude y su parienta, la corrupción. ¡Nada de eso! El fraude es otra cosa. Donde creen descubrir un fraude, hay algo mucho más grandioso: dar vida a empresas capaces de resucitar, de vivir, para un solo acto, el de cobrar. Y, en cuanto a las expresiones de la cultura, una nueva generación de artistas e intelectuales, disfrazados de obreros, encontraron su oportunidad. Ese trabajador de la Bazán no sé si habrá aprendido a hacer barcos. ¡Pero sabe tocar el fagot! Saquémonos el sombrero. Saludemos con reverencia: ¡es la revolución cultural del Forcem!.

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