Diario de León

Hablemos de todo un poco, porque nos afecta

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Tal vez algunos se vean reflejados, sobre todo si son capaces de reflexionar con atención en los problemas que se suscitan. Los extremistas irán por otros derroteros, pero esas sendas son estrechas y generalmente no conducen a ninguna parte. Es como correr sin destino claro. Por eso, espero que lean atentamente estas líneas y luego escarben en su interior y saquen sus conclusiones. Todos, desde dentro, podemos dar soluciones que se acerquen a la cruda realidad que nos rodea. Veamos tan solo unas pinceladas para pintar el panorama que preside esta ceremonia de la confusión.

Muchos se preguntan para qué tantos políticos. Y añadamos a ellos un sinnúmero de asesores a dedo. Seguro que bastaría con muchos menos y, especialmente, con personas que tuvieran otras actividades. No digo que hagan como algunos que su dedicación es su profesión y lo complementan con la política. Ni tanto ni tan calvo. Aquí entre autonomías y centralismo no hay más que políticos que, además, son incapaces de acordar nada común de envergadura.

No vale apelar a las ideologías, porque ni derecha ni izquierda importarían si el bien común es la sociedad. Digo yo que se merece, en pro de un bienestar general, acuerdos que normalicen la vida social. Si no son capaces de construir un campo común de prosperidad, ¿para qué nos sirven? Alguien dijo —lo puede decir cualquiera— que la sociedad se compone de hombres buenos y malos y yo añadiría que también se compone de hombres capaces e incapaces.

La desigualdad crece y crece. En ningún caso preponderan los científicos o artistas. Más bien, se inclina la balanza hacia sectores populares a través del deporte o la farándula, donde el ingreso de dinero llega a cifras abusivas. Un país no puede permitir que se dispare tal desajuste. Unos no llegan a final de mes y otros acaparan tal pasta que llegará a veinte generaciones venideras. Tampoco es de recibo que en las mismas empresas la diferencia sea abismal. El remedio no creo que sea tan difícil de allanar.

La mendicidad y la miseria se palpan a poco que camines por la ciudad. Es verdad que habrá siempre algunas personas que no puedan o no quieran trabajar, pero el resto ha de acceder a un trabajo digno. Los primeros pueden y deben ser atendidos por la sociedad en recintos apropiados. Nadie puede estar al margen. No puede abundar la mendicidad. Quizás si redujéramos la curva de la desigualdad encajaría mejor este sector marginal.

Migración, desahucios, fiscalidad, transparencia… son temas candentes en toda sociedad y de no fácil resolución. Sabemos que hay mafias, entonces ¿por qué no nos empeñamos en su detección? Nadie es más o menos culpable, pero los hechos nos hablan de un mundo que aspira a respirar. Aquí Europa ha de ir de la mano, si queremos encauzar tanto malestar y tanta muerte. Al final pagan los más inocentes. No podemos posponer la gravedad de tanta desgracia. Quizás haya que visitar esos países desbordados y educarlos e invertir en ellos, y no explotarlos y dejarlos a su libre albedrío. Mientras Europa no se tome en serio este problema, mal vamos. En parte, con una fiscalidad más o menos común podríamos ir remediando estos fracasos que nos duelen en el alma. Nadie, en su sano juicio, puede apropiarse de una vivienda ajena, del mismo modo que cada familia ha de tener una casa digna. Ese dilema está en manos de los políticos.

Europa tendrá que ponerse las pilas para que todos seamos cada vez más parecidos —no iguales—, aparte del nivel de vida que se lleve. Unos, tal vez por el clima, somos más festivos y efusivos; otros países irán por otros senderos. Pero en esencia todos somos más parecidos de lo que se dice. Nos gusta comer bien, disfrutar del medio ambiente, viajar, conocer otras culturas, tener ocio, etc. Somos capaces de afrontar los problemas con mucho ingenio y creatividad, como lo muestra esa ingente tarea de superación de las enfermedades. Cuando queremos nos ponemos al frente de los inventos más novedosos, como ocurre con la investigación de las vacunas. No podemos perdernos en gastar energía de unos contra otros, como nos ha ocurrido en anteriores periodos. Ahora estamos aquí y todo el arresto se debe invertir en salir adelante, todos juntos, con la única meta de ayudarnos mutuamente, para que nadie quede atrapado en la enfermedad o en la miseria.

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