Diario de León
Publicado por
Vicente Pueyo
León

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EL portavoz del ejecutivo vasco, Josu Jon Imaz, dijo ayer, aludiendo a la manifestación de San Sebastián, que Euskadi «no necesita ni nacionalismo vasco obligatorio, ni nacionalismo español obligatorio». Pero hay diferencias; notables diferencias. Hay un nacionalismo, el español, que se ha ido «diluyendo», limando aristas, en favor de la concordia, y hay otro nacionalismo, del que el vasco es perturbador estandarte, que sigue bebiendo de las turbias fuentes de la exclusión del otro. El nacionalismo vasco y sus dirigentes siguen tozudamente caminando contra la realidad y contra la historia intentando la cuadratura del círculo del «conflictivo» y ya aburridísimo intento de conseguir el encaje con eso llamado España; un intento que no es sino una de las más estériles ensoñaciones de las que no acaba de despertar un pueblo que merece un mejor presente y un mejor futuro. Los intentos de Ibarretxe, -que hoy continúa en su empeño con una perseverancia de aitzcolari-, para convencer al resto de las fuerzas políticas de la bondad y viabilidad de su última propuesta del estado libre asociado ilustran sobre la cerrazón, tan profunda y desoladoramente ibérica, de quienes se niegan a abrir los ojos a otra realidad que no sean sus obsesiones. Anasagasti, en la misma onda de Imaz, afirmó que la manifestación crea un «precedente gravísimo» porque, a su juicio, se planteó «contra una parte del pueblo vasco» con lo que lo único que se consigue es crear más «anticuerpos» y ahondar en la división. Según él, el nacionalismo español es «muy agresivo». Pero sucede que cerca de un millar de esos nacionalistas «agresivos» tienen nombres y apellidos que pueden leerse en las losetas con las que se ha pavimentado el acceso una zona de la capital vitoriana donde se quiere rendir homenajea las víctimas del terrorismo. Misterio insondable sigue siendo que, todavía, tantos vascos de bien, no concedan prioridad a lo prioritario e insistan en reir las gracias, y hasta voten, a histriones gagás como Arzalluz, que fundamentan su rancio discurso en la existencia del avieso enemigo que habita «del Ebro para abajo». Se diría que toda esta gente no viaja, pero es incierto. Conocen el mundo exterior. Lo que no viajan es por su propio interior lleno de telarañas y prejuicios que se niegan a retirar. Por más que lo intenten no encontrarán enemigos del Ebro para abajo porque por estos lares estamos vacunados y sabemos muy bien que importa más la persona a secas que la persona vasca o la persona catalana. Y si se hizo ese esfuerzo de concordia hace ya un cuarto de siglo, y si se levantó un edificio político nuevo y revolucionario basado en el respeto de las diferencias, fue porque también se confiaba en la buena fe y sano juicio de los responsables políticos mandatados para regir su construcción y desarrollo.

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