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León

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EL sexo vende. Basta mirar la cartelera, algunos programas de televisión, las páginas de contactos de los periódicos o ese gran negocio, que casi siempre esconde la degradación y la explotación de la mujer, de los clubes de carretera. Acabo de leer en un periódico que el estreno mundial en Salamanca -capital cultural de Europa 2002- de Loros y cobayas, una obra de Jan Fabre, ha sorprendido al público asistente al Teatro Liceo. No me extraña: copulaciones, zoofilia con peluches, defecaciones, tarros que recogen fluidos corporales como semen, sudor y sangre... Según el periodista, «recibió un aplauso frío y ambiguo cuando la última escena -en la que los actores orinaban en sus vestidos para luego estrujarlos y beber de ellos- concluyó». Algunos necesitan tiempo para comprender el mensaje. Es casi seguro, que esta obra haya recibido importantes subvenciones públicas -es decir de su dinero y del mío- para su montaje. Hace pocos días, otro periódico recogía la noticia de que un juzgado de Vitoria investiga a un grupo de estudiantes de un colegio privado, de entre 13 y 15 años de edad, por otra «película». Varios estudiantes grabaron en vídeo y a escondidas el acto sexual de una alumna de 13 años, con su novio de 15, en un ático. La cinta se filmó con el conocimiento del novio y, posteriormente, se hicieron más de 20 copias, que unos copiaban y vendían en el patio y en las aulas del colegio a cinco euros y otros compraban y revendían a 7 euros. Incluso hubo reuniones para exhibir la cinta. ¿Tiene algo que ver esa exhibición de sexo, a veces con algún sentido, pero casi siempre sin él, con éste y otros comportamientos adolescentes? Tal como estamos abordando el asunto los mayores, parece que nosotros somos los adolescentes deslumbrados por el fogonazo y que, a pesar de todo, sorprendentemente, algunos jóvenes no se dejan arrastrar.

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