Sobre la responsabilidad social y política
El ejercicio de la responsabilidad es una de las necesidades más urgentes, en nuestra sociedad, y su ausencia es probablemente la causa de los mayores problemas que sufre, hoy, la humanidad. Pero, antes de adentrarnos en la importancia de la responsabilidad, hemos de recordar que la responsabilidad está estrechamente unida a la libertad; por eso, caminan siempre juntas. Dice la filósofa Victoria Camps: «Solo el ser libre es responsable». Pero hemos de recordar que el ser humano reclama más el uso de la libertad que el de la responsabilidad. Hasta los sistemas más conservadores alardean de la libertad, incluso se autodenominan «liberales», ellos que se caracterizan por su autoritarismo y por la merma de las libertades para sus súbditos.
En cambio, pocos reclaman la urgente necesidad de la responsabilidad, olvidando que la primera cualidad de un ser humano es ser libre de toda atadura y responsable ante sí y los demás, y que, tanto una como la otra, hay que conquistarlas, no se nos entregan gratuitamente, y son —no lo olvidemos— una característica del hombre evolucionado y mentalmente desarrollado. Pero es no menos cierto y lamentable que, hasta el momento, el ser humano solo reclama la libertad, todo el mundo quiere ser libre, sobre todo para «hacer lo que le dé la gana», pero no responsable; es decir, reclamamos una libertad para ser víctimas (inconscientemente, claro) de nuestros caprichos, instintos e impulsos más bajos.
Esta falta de responsabilidad, sobre todo referida a la sociedad y a la política, es a la que nos referimos como la causa de los grandes males que padecemos. Dice la citada filósofa V. Camps: «Conviene ir aprendiendo el sentido de la responsabilidad social que equivale a descubrir el sujeto de la democracia, tarea que no puede significar otra cosa que un reparto de responsabilidades». Pero, yo me pregunto: ¿Se puede hablar de democracia sin haber desarrollado la responsabilidad? Evidentemente, no; en todo caso, viviremos en una seudodemocracia, una democracia por delegación, no representativa ni responsable.
La falta de respeto y de diálogo, hoy, en cualquiera de las relaciones humanas, es la prueba de la falta de responsabilidad de los ciudadanos y de que vivimos en un ambiente de violencia y agresividad
Y llegado a este punto, nos preguntamos también: ¿Los ciudadanos son todos, o en su inmensa mayoría, responsables socialmente? ¿Y los políticos? Bastaría —para responder con una cierta evidencia— traer a colación algunos hechos recientes. De parte de los ciudadanos, por ejemplo, ¿cómo se respetan las justas y necesarias advertencias acerca del comportamiento colectivo frente a la pandemia? ¿Hemos desarrollado —todos y cada uno de nosotros— esta grave responsabilidad social?
¿Y qué decir de los que manifiestan que ellos tienen derecho a ser libres? ¿Acaso ha pasado por su mente que han de ser también responsables? Estoy pensando en esos jóvenes que se caracterizan por su irresponsabilidad ante esta pandemia, reivindicando su libertad y sus derechos para hacer lo que les place, a pesar de las graves consecuencias para los demás, empezando por sus propias familias. Pero esto lo dejo solo así planteado para otro momento, con esta pregunta: ¿Qué parte de responsabilidad tienen los padres y la sociedad en general ante la actitud de esos jóvenes?
Pasamos, ahora, a los políticos, los gobernantes y los que ocupan cargos públicos de responsabilidad. Les invito a ustedes a que reflexionen, por un momento, por qué se dice «cargos públicos de responsabilidad». ¿Será, acaso, porque no concebimos, en nuestro sabio y desconocido inconsciente colectivo, un cargo público irresponsable, por las graves consecuencias que ello acarrearía? Así debe ser, sin duda. Toda irresponsabilidad trae consigo graves secuelas, pero si procede de un gobernante o un cargo público, dichas secuelas son mucho más peligrosas. ¿Qué decir, a este respecto, de los vacunados (políticos y hasta obispos) de forma irregular contra el covid? ¿No son unos irresponsables? Por supuesto, y lo más curioso es que se atreven a apelar a un derecho, olvidando su responsabilidad.
Y hablando de políticos, ¿a qué se deben esos continuos enfrentamientos entre partidos, sino a una falta de responsabilidad? ¿Y será cierto que un importante partido ha estado financiándose de forma irregular desde hace casi treinta años? Yo desearía que no fuera cierto (aunque parece que todo apunta a ello), porque, de serlo, no solo ese partido perdería su crédito y sería un partido corrupto sin sentido alguno de la responsabilidad social y política, sino que la propia democracia española quedaría muy tocada, tanto desde el punto de vista político, como judicial y jurídico, y por supuesto, social.
Parece bastante evidente que, de la irresponsabilidad de los políticos, los gobernantes y los que ocupan cargos públicos de responsabilidad, a la corrupción, solo hay un paso, ya que esta es prima hermana de aquella. La corrupción —la gran tentación de todo cargo público— está casi siempre asomando por doquier, en nuestro país, quedando solo en tentación cuando se enfrenta al sentido de responsabilidad de un cargo público. Pero, desgraciadamente, la pobre y débil «responsabilidad» es, con demasiada frecuencia, la gran olvidada, y ¿cómo podemos hablar de democracia en una sociedad donde predomina la irresponsabilidad?
En cambio, una sociedad cuyos ciudadanos han desarrollado el sentido de responsabilidad social, está preparada para pasar de una democracia de delegación a una democracia de participación, porque sus ciudadanos han tomado conciencia de que son ellos los únicos dueños de sí mismos y de sus actos, asumen todas las consecuencias derivadas de sus propias acciones, y no necesitan que les dirijan. Es preciso, pues, convencerse de que la responsabilidad social conduce necesariamente al respeto, a la libertad y la independencia de todo ser humano, y al diálogo constructivo, condiciones imprescindibles de la democracia participativa. La falta de respeto y de diálogo, hoy, en cualquiera de las relaciones humanas, es la prueba de la falta de responsabilidad de los ciudadanos y de que vivimos en un ambiente de violencia y agresividad. Es preciso que todos tomemos conciencia de que nadie se beneficia de una situación así, sino que perjudica a toda la sociedad.
Y para concluir, la responsabilidad social y política debería ampliarse, hoy, a una responsabilidad ambiental y planetaria, debido al deterioro del medio ambiente y del planeta en general, y a las graves consecuencias que está sufriendo toda la humanidad. Pero esto merece un tratamiento parte.