Diario de León
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León

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UNA encuesta realizada entre alumnos de secundaria revela que hay sabios precoces: casi ninguno confía en los partidos políticos. Es pronto, en la convulsa adolescencia, para tener definidos los gustos, pero ellos saben lo que no les gusta y pueden proceder por eliminación. El escepticismo, que según Ramón Gómez de la Serna empieza cuando dudamos si esta palabra se escribe con equis, suele ser cosa que, aunque no preste grandes servicios, acompaña mucho en los fines de trayecto. No es normal que nos asista en los principios. Son muy pocos los que se dan cuenta, vistas las primeras escenas, del argumento de la obra. Mi venerado Josep Pla, que tenía un cerebro muy importante bajo la boina de payés, escribió El Cuaderno Gris a los diecinueve años de edad. Allí relata su conversión al escepticismo, cuando una persona mayor, que le oyó hablar de manera impetuosa, le advirtió: «Joven, no vaya usted a cometer el mismo error en el que cayeron Nuestro Señor Jesucristo y los liberales de San Feliú de Guixol, de creer que el hombre es redimible». Hay tablas de valores a las que nos agarramos como náufragos, pero no tienen por qué ser siempre las mismas. Los alumnos de secundaria confiesan que el Ejército y la Iglesia no son grandes referencias para ellos, pero menos aún los partidos y los Parlamentos. Les importa la familia, la educación, la sanidad y las ONG. Y lo que más les preocupa es el trabajo y el terrorismo. No tienen ni un pelo de tontos estos chicos, quizá algo egoístas, pero tolerantes y liberales. Va a ser más difícil contar con ellos como clientes en las arengas y en los sermones. Quieren vivir, que son cuatro días y dos lloviendo. Saben por ciencia infusa que cualquier régimen político debe ser evaluado por la proporción de felicidad que haya podido depararnos y están dispuestos a hacer el amor y no la guerra, aunque sospechen que es más caro. Ni mitad monjes ni mitad soldados. Sólo personas frágiles y enteras.

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