El genio neurótico

ES difícil definir a alguien con una palabra, aunque hay casos en los que una palabra es lo que mejor define a una persona. Woody Allen es neurótico. Sólo que tiene su neurosis teñida de genialidad y talento. No voy a decir que sea yo una seguidora impenitente del actor-director-guionista. Me gusta sobre todo su sentido del humor, aunque no puedo negar que me pone la cabeza como un bombo con la incontinecia de su parloteo, adornado con esa vocecilla chillona y lastimera del doblaje. Pero me encanta la agudeza de muchas de sus frases lapidarias. Dicen mucho de él. Dice, por ejemplo, que lo que tiene es «una insatisfacción genética con respecto a todo», o que es «un imperfeccionista». Y revelan la ironía por la que se suele rodear de mujeres espectaculares en la pantalla: «Soy lo bastante bajo y lo bastante feo como para tener éxito por sí mismo». Su postura frente a Hollywood está clara, y ha dicho: «Hoy soy una estrella. ¿Qué seré mañana? ¿Un agujero negro?». Algunas de sus frases más brillantes tienen que ver con la muerte. «No es que no quiera morirme, es tan sólo que no quiero estar allí cuando ocurra». O: «No quiero conseguir la inmortalidad con mi trabajo, quiero obtenerla gracias a no morir». Yendo siempre un poco más allá: «Mi abuelo era un hombre muy insignificante. En su funeral, su coche fúnebre seguía a los demás coches». Aunque su hábitat natural es Nueva York, ve mucho más allá: «La humanidad se halla en una encrucijada. Un camino conduce a la desesperación absoluta. El otro a la extinción total. Quiera Dios que tengamos la sabiduría de elegir correctamente». Está claro que este escrito no tenía que estar firmado por mí, sino por Allen, porque lo que hay aquí de interesante le pertenece. Pero, más que ninguna, hago mía aquella frase de película: «Me pone nervioso cualquier animal de más de dos patas que ande por encima de mí». Por un lado contempla la repugnancia que siento hacia algunos bichos. Por el otro, abre tantas posibilidades...