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Publicado por
León

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ARA dirigir vigorosamente el futuro del PSOE, y disponer del apoyo unánime del partido, Zapatero tenía que asumir sin la menor reserva los trece años largos de Felipe González en La Moncloa, y los ha asumido ante una gran audiencia, con enorme proyección publicitaria y en una escenografía de gran efeméride. La proclamación de Zapatero como candidato socialista a la presidencia del Gobierno y la conmemoración del vigésimo aniversario de la victoria del PSOE en las elecciones del 28 de octubre del 82 no ha sido una coincidencia fortuita sino larga y minuciosamente premeditada. En una misma ceremonia se engarzó así el futuro representado por Zapatero con el pasado que encarna González, y se hizo posible una foto de familia sin fisuras, con dos generaciones, la relevada y la activa, separadas únicamente por el tiempo. Era un trámite histórico de cumplimiento ineludible. La nueva dirección socialista no podía aceptar que la figura de González no pudiera salir del lazareto en el que la habían recluido los resortes políticos y mediáticos más implacables de la derecha. Y cuando se le ocurría salir, por una conferencia o un viaje, incluso imaginario, como el inventado entre la embajada de España en Rabat y un departamento de La Moncloa, algunos medios y algunos políticos le consideraban un factor moral contaminante. Zapatero ha asumido lógicamente todo el pasado del PSOE, incluidos los trece años largos de González en La Moncloa, pero afirmando, al reconocer los errores de esa etapa, que «hemos aprendido la lección» y que «no puede haber ni un solo aprovechado en nuestras filas». Se produjo así una autocrítica oportuna e insoslayable, pero desde una ética aún invulnerada, lo cual señala cierto distanciamiento entre el presente, que vive de futuro, y el pasado, que vive de pasado. Se empieza a equilibrar en la balanza política el peso de los dos platillos, el del PP y el del PSOE. Y el PP parece ignorar la forma de combatir a una oposición fortalecida y al acecho, pues cuando el PSOE no despertaba la menor ilusión social, los «populares» se sentían autorizados a mortificarlo y descalificarlo, injustamente incluso, pero una vez que los socialistas empiezan a aumentar su clientela electoral, como reflejan los sondeos de opinión y ciertas muestras de expresión en la ciudadanía, descalificar la ilusión que generan puede volverse contra el descalificador, porque la sociedad no tolera que le birlen ilusiones, por pequeñas que sean. En este sentido el PSOE parece blindado frente a la tradicional agresividad del PP, que habrá de improvisar un nueva estrategia.