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Publicado por
Matías González, sociólogo
León

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No son desheredados de la fortuna, ni proletarios explotados ni míseros parias los que destruyen alevosamente las propiedades ajenas y causan daños a los bienes públicos por el enchironamiento de ese seudoartista que escuda su vulgaridadad con versos de carnicero. Son los hijos consentidos de esas familias zombies que proliferan por doquier, con padres en dejación de funciones y madres al borde de un ataque de nervios lo mismo en barriadas de periferia que en los distritos del pijerío.

Crecieron sin contrapesos de autoridad, a sus antojos de niño, se educaron en la escuela de la Logse, la que proclamaba que estudiar es divertirse, ambos con delito de dejación de funciones. Aprendieron que podían aprobar sin pegar golpe, promocionar con mas suspensos que aprobados y decidieron que lo suyo no era madrugar, hincar los codos y esforzarse. Lo suyo era pasar las noches, de claro en claro, como el hidalgo de Cervantes, jugando a la Play y el día, golfeando con los amigotes en las chigres del barrio y flirteando con planes las mas de las veces en el otro lado, en el wild side.

Se hicieron mayores, no tenían títulos pero no querían atarse a currelos donde mancharse las manos o doblar el espinazo. Así que apuraron la copa de vivir a costa de papi-mami hasta que se rompió. Y entonces, al borde de la calle o de patas en ella, quisieron seguir jugando porque era lo único que aprendieron a hacer. Ahora jugarían a hacer de revolucionarios, para emular a los héroes de sus videojuegos.

Y descubrieron que en esta España sin costuras, tenían el camino más que expedito: toda la maquinaria del Estado a su servicio.

No había más que acercarse a un mostrador, rellenar unos formularios, falsear unos justificantes y paguita al canto: por abandonar la escuela, por peligro de exclusión, por maternidad a destiempo, por desempleo a propósito. Eso solo tenía y tiene un precio, servir sin rechistar a los próceres del invento, a los diádocos que nos gobiernan.

Ahí está el resultado. Una chusma de parásitos que crece sin descanso y que pronto, si no lo son ya, estarán en mayoría y decidirán por todos los pringaos que aún se esfuerzan en sostener una familia, soportar una hipoteca y liquidar los impuestos con Hacienda.

Mientras, sus capitanes, paseando sobre la alfombra roja, les jalean en nombre de esa libertad de expresarse que luego niegan a los que desenmascaran sus desvergüenzas.

Ay, del sufrimiento que nos aguarda si no sujetamos esta gangrena.