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Publicado por
Juan Manuel Pérez Pérez
León

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Finalmente, la primavera ha inundado los campos, secando las lágrimas heladas del invierno con la tibia brisa de las primeras sonrisas, y acelerado el ritmo de malheridos corazones con su frenesí de colores y aromas envolventes; ha bordado las esquelas en la cerámica ocre de la aurora, embriagando los ojos y las lenguas con su entusiasmo vital, y derribando las murallas del miedo con las que un virus insaciable y asesino ha encerrado bajo siete llaves a la humanidad. Cubierta por este manto de luz chispeante que templa las yemas del almendro y renueva el ciclo alumbrador de la tierra, ha transcurrido silente una Semana Santa sorda y muda de trompetas, saetas, campanas, carracas y timbales, recluida en las catacumbas de la intimidad, ensimismada y orante, sustituyendo el aura del incienso por el resplandor catódico de la televisión.

La atmósfera putrefacta de millones de cadáveres crucificados en el «Gólgota» urbano de las esquinas del mundo se ha transformado, por la gracia del esfuerzo prometeico de la ciencia y del milagro de la fe en el crucificado, en un nuevo hálito de esperanza colectiva, pasando del dolor irresistible de la cruz a la alegría incontenible de la luz. De las gargantas sedientas y macilentas de mujeres y hombres renacidos surge un grito desgarrador que atraviesa el horizonte, quebrándolo con la luminosidad de un rayo resucitado: «ha llegado la hora». La hora de responder a los grandes interrogantes que desbordan el cesto de nuestra conciencia; de renacer, de revivir, de recrearse, de redescubrir una nueva era en el regazo verde de la eterna naturaleza. Es el momento de dar una réplica excepcional a una situación excepcional, en la que se agolpan y se tropiezan torpemente en la mente compartida de la especie lo importante y lo urgente. Es el tiempo de descender de la nube luminosa del Sinaí de nuestra recta razón con un nuevo decálogo de mandamientos para salvarnos de la condena de nuestra propia insensatez.

La sociedad occidental ha perdido frente a la asiática en el envite de la pandemia, y Europa, cabecera del occidente próspero, languidece empobrecida y debilitada, atrapada en su maraña burocrática. La España desgobernada e ingobernable vaga sin rumbo por el desierto de la decrepitud

Primero. «Ha llegado la hora de la dignidad». De situar a la persona como columna vertebral de toda acción política, social y económica. De impulsar el valor universal de los Derechos Humanos, la necesidad imperiosa de fomentar la igualdad de todos los hombres en derechos, en deberes y en dignidad; la hora de enarbolar la bandera del bien común. Es el día de la libertad, pues no hay libertad sin dignidad, recuperando la democracia como forma de vida de la condición humana.

Segundo. «Ha llegado la hora de la vida». De abandonar la era del Antropoceno, con la perniciosa influencia del hombre sobe la naturaleza, e inaugurar el Bioceno, una nueva era de geo-humanismo basada en el compromiso inter-especies, permitiendo que la naturaleza recupere su espacio milenario sobre la tierra, bajo las directrices de un fructífero compromiso ético eco-social.

Tercero. «Ha llegado la hora de la justicia». De erradicar el hambre en el mundo. La hora de repartir equitativamente la riqueza del planeta, para que también puedan alimentarse los más de 800 millones de seres humanos que sufren extrema pobreza. El momento de exterminar la esclavitud de los niños, la utilización vejatoria de las mujeres y el abandono de los ancianos.

Cuarto. «Ha llegado la hora de la Paz». De poner fin a los múltiples conflictos armados de baja intensidad que destruyen vidas, tierras y ciudades, condenando a millones de seres humanos inocentes al dolor incurable de la muerte y a la tragedia insoportable de la miseria permanente. La hora de acabar de un plumazo con la venta de armas que alimenta una guerra planetaria subrepticia, y levantar sobre el cielo calimatoso el arcoíris de una Paz duradera y global.

Quinto. «Ha llegado la hora de la compasión». De acoger con los brazos del corazón al ejército desarmado y atemorizado de 80 millones de refugiados, según Acnur, por razones étnicas, religiosas, o políticas; de hacer un hueco en nuestra sociedad opulenta a la riada de emigrantes y desplazados, que tienen que abandonar sus hogares por causas económicas, bélicas, medioambientales, o sencillamente por el respetable derecho a la superación y la búsqueda de un futuro mejor para sí mismos, o para sus familias. Todos somos hijos de la migración, pues la especie sapiens ha poblado los cinco continentes gracias a una peregrinación pertinaz e incansable desde hace más de 120.000 años en busca de mejores condiciones de vida.

Sexto. «Ha llegado la hora del trabajo». De ofrecer empleo y oportunidades a los millones desesperados de buscadores de esperanza. De compartir y repartir esa divina tarea de reconocernos y sentirnos realizados en el despliegue de nuestra actividad sobre la naturaleza. Es el momento del compromiso social de las empresas y de romper los moldes de la inteligencia con los nuevos formatos digitales del emprendimiento. Es el momento de crecer y repartir, de hacer y compartir, de crear y transformar.

Séptimo. «Ha llegado la hora del derecho». De apuntalar el tambaleante, aunque sagrado templo de la democracia, y cimentar los pilares del Estado de Derecho, mediante el reparto del poder, asegurando la independencia de jueces y legisladores para controlar la tentación despótica del Leviatán. Es el momento de ahuyentar a los lobos del populismo y el nacionalismo, y espantar los viejos fantasmas del igualitarismo, la xenofobia, el racismo; de apartar para siempre los exterminios, torturas, deportaciones o los autoritarismos, aunque se disfracen con la máscara de refinadas tecnologías manipuladoras.

Octavo. «Ha llegado la hora de la salud». De asegurar el derecho de todos los ciudadanos a una sanidad universal. De poner todas las energías sociales y económicas, en una fructífera contribución público-privada al servicio de las prevención y atención a la salud de la población, con especial atención a las personas dependientes y vulnerables.

Noveno. «Ha llegado la hora del conocimiento». De concitar a todas las fuerzas sociales y políticas a firmar un gran pacto, audaz y duradero, por una educación de calidad, libre y desideologizada, basada en el mérito y el esfuerzo individual. Es la oportunidad de pactar una modernización de la universidad, de los sistemas de gobernanza y del cultivo del talento para asegurar el eterno relevo de la antorcha del conocimiento. El la hora de la ciencia: de fomentar el mecenazgo y el compromiso social con la investigación y la innovación al servicio de la vida y el progreso, pues sin ciencia no hay futuro, y sin universidad no hay ciencia.

Décimo. «Es la hora de la moralidad y la ejemplaridad». De firmar con la palabra y con la mirada una nueva ética de la responsabilidad, sellar con las manos limpias un nuevo contrato social basado en un nuevo paradigma axiológico de la verdad y la ejemplaridad en el comportamiento, como cimiento sólido y firme de la cooperación y la solidaridad al servicio de una comunidad amable y sin fronteras.

La sociedad occidental ha perdido frente a la asiática en el envite de la pandemia, y Europa, cabecera del occidente próspero, languidece empobrecida y debilitada, atrapada en su maraña burocrática. La España desgobernada e ingobernable vaga sin rumbo por el desierto de la decrepitud. El mundo, fatigado de opulencia y cansado del legado del siglo XX, manoseado y vilipendiando por los intereses espurios, necesita nuevos paradigmas con los que afrontar los magnos desafíos de la nueva era. Como subraya el Papa Francisco en Evangelii gaudium, «El gran riesgo del mundo actual es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada».

«Ha llegado la hora de la alteridad», de superar las divisiones y contradicciones de la especie, de la entrega como actitud regeneradora y creadora, como fuente de energía para cumplir el sueño milenario que Francisco recoge en «Fratelli tutti»: «soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos».