Diario de León
Publicado por
Enrique Ortega Herreros, Psiquiatra y escritor
León

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El tema se las trae. En España se ha llegado a establecer, por ley, el procedimiento legal para llevar a cabo la supresión de la vida en diferentes circunstancias y personas. Se insiste en definirla según las etimologías latina y griega como «buena muerte», evitando utilizar en dicha ley términos como matar, homicidio, apoyo al suicidio etc. porque la estética es muy importante, así como evitar la referencia a diferentes figuras transgresoras presentes en los códigos al uso y anclados en los inconscientes individual y colectivo, respectivamente.

La sociedad civil anda dividida al respecto, y como no se ha hecho un referéndum sobre el particular, las encuestas dan resultados contradictorios según las hagan los promotores de la misma o los objetores de turno.

Se invocan, para su justificación, el evitar el dolor y otros sufrimientos innecesarios e incompatibles con el propio sentido del vivir dignamente, según los defensores de la misma. La libertad y la dignidad son los términos sobre los que gira el argumentario del asunto, así como la desesperanza ante «el ya sinsentido de la vida». Se añade, para los morituri, un elemento de caridad, aunque se omite el adjetivo de cristiana para no liarse con el quinto mandamiento.

Los que se oponen a la ley de la eutanasia aducen que se violan los principios básicos del discurrir de la vida, dando por hecho que la obligación del hombre es aguantar hasta el final, el cual será determinado por la naturaleza según los naturalistas, o por Dios según los teístas. Se insiste en que la labor del prójimo sano sobre el prójimo enfermo terminal, doliente y desesperanzado es la de ayudarle sin reservas, proporcionarle los llamados cuidados paliativos, acompañándole en el trance final del discurrir por este mundo.

Sendas posturas de defensores y detractores sobre la ley en cuestión parecen cristalizadas e irreconciliables. En medio se sitúan las posiciones de quienes buscan un equilibrio entre ambas, que se me antoja inestable e incluso imposible, pues aunque traten de llegar, dialécticamente, a la síntesis tras la discusión de la tesis y la antítesis, la mente humana tiende a funcionar, en estos casos fundamentalmente, con arreglo al principio de la hegemonía de los contrarios. Así: Verdad versus mentira, bueno versus malo, vida versus muerte etc.

No hay que olvidar que alguien sumamente importante en nuestra cultura afirmó rotundamente: «quien no está conmigo está en mi contra». Vamos que de arreglos y medias tintas nada de nada. El cielo o el infierno. Más tarde, la evolución cultural intentó suavizar la distancia infinita entre esos contrarios y determinó que también había purgatorio; y, ya en terreno de nadie, el limbo, reservorio de inocentes flotando en la nube de lo indefinible; vamos, sin pena ni gloria, nunca mejor dicho.

Se crean con esta ley de la eutanasia situaciones complejas y cargos de conciencia, además de los temidos resquicios por donde se puede colar el Tánatos de la mitología griega sin atenerse a lo estrictamente legislado. Asimismo hay muchos médicos que no encuentran acomodo entre su juramento hipocrático y la función de dar el pasaporte a sus enfermos. Que tampoco se aclara el porqué del protagonismo del galeno en este tema, que hasta hace relativamente poco, a los condenados a muerte no eran ellos los ejecutores del asunto.

Se insiste en la libertad del individuo, de la persona, en ciertas condiciones y circunstancias. Se supone que la sociedad asume dichos planteamientos que son considerados progresistas, humanitarios, avanzados en el propio sentido de nuestra existencia.

Hay, pues, dos premisas, una, la libertad de la persona y dos, la aquiescencia y el permiso de la sociedad para que esa libertad individual se lleve a cabo. Si alguien, por ejemplo, estando en plenas facultades mentales desea su muerte porque ya no quiere seguir viviendo, suicidándose, la sociedad tratará de evitarlo, a menos que se ajuste a la legalidad vigente. Es decir, al final lo que prevalece es la potestad de la sociedad sobre la libertad de la persona. Hasta tal punto la cuestión del poder de la sociedad sobre el individuo es tal que me viene a la memoria una ley de hace siglos, es cierto, creo que en el Reino Unido, que en medio de una de esas «epidemias» de autolisis, sobre todo de adolescentes, promulgaba que el intento de suicidio fracasado podía ser castigado con la pena de muerte… Si un asesino múltiple, confeso y condenado ingresa en prisión se tomarán medidas extraordinarias para que, aunque lo desee y lo busque, no se pueda suicidar.

Si nos fijamos bien, subyacen en esta problemática varios de los grandes temas eternos del ser humano: Qué hacemos o pintamos en este mundo. Tras la muerte no hay nada o hay resurrección. El hombre, ser social y miembro de dicha sociedad está obligado a supeditar su libertad a la potestad del conjunto so pena de sufrir las consecuencias del desacato. Para los creyentes ídem de lienzo con el Dios, padre amantísimo o implacable justiciero, al fondo, según.

Se plantea, también, en otra dimensión, aunque acaso sea la misma, la dialéctica entre natura y cultura. La primera aporta al hombre el material de la vida, el sustrato de la existencia, el recorrido para perpetuarse dentro de la finitud (oxímoron al canto). Algo así como el grano, podrido primero y germinado después, que ya no es nada en sí mismo y lo es todo en la espiga. La cultura aporta al animal, y por tanto al hombre, otra dimensión del desarrollo. En el primero todo parece indicar que ese desarrollo es limitado. En el segundo, no tiene techo o al menos es lo que él cree. Es posible que la conciencia y sobre todo la imaginación del hombre hayan disparado el concepto de trascendencia hasta límites infinitos, es decir hasta el motor de la creación, hasta Dios para los creyentes.

Estamos en una etapa del camino en la que la sociedad comienza a definir cuándo la vida del hombre tiene sentido y cuándo no, y quiénes pueden cortar el suministro de la misma y quiénes no. De momento con el consentimiento del afectado, más tarde ya se verá, pero me da grima el pensar que bien puede decidir, para el equilibrio del sistema, cuándo y cuántos ya no tendrán, en un futuro, sentido en esa misma sociedad. A veces pienso que ya hay algo escrito en el pasado sobre ese particular, un «déjà vu» en la historia excelsa y alocada de la Humanidad. Creo que el asunto de la eutanasia requiere una reflexión mucho más profunda.

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