Ay, ¿quién maneja mi barca, quién, que a la deriva me lleva?...
Seguro que muchos recordarán aquella canción con el mismo título, llevada a un concurso de televisión europeo y de cuyo resultado es mejor no acordarse. Y todo porque Europa no entendía ni jota ni de las metáforas ni del lamento desgarrado de la misma. Será que España es diferente tanto para lo bueno como para lo malo, e incluso para lo peor como para lo excelente. Les tenemos despistados a los europeos. Ellos, en general, aunque de todo hay, suelen utilizar una lógica tradicional, lineal, clásica, deductiva. Y, claro cuando pretenden entender a España se pierden por el camino y se vuelven tarumbas al intentar sacar conclusiones similares a las propias de sus respectivos países.
Les falta cintura dialéctica, conocimiento de las variantes multilaterales, divergentes y convergentes al mismo tiempo, de la lógica española. Traducir una lengua oficial les resulta relativamente fácil; traducir un lenguaje es otra cosa. Traducir correctamente muchos de nuestros refranes, adivinanzas y acertijos retorcidos y cachondos esparcidos por nuestro territorio, les resulta una tarea complicada. E intentar traducir los monólogos del humorista, expresados con una jerga totalmente ininteligible, y que acaben con el consabido: «No, hijo, no, eso no»…les produce una sensación próxima al sollozo. Tampoco entienden el diálogo distendido de los dos amigos y entrañables gallegos, cuando uno le dice al otro: Ayer me engañaste, me dijiste que ibas a Lugo y fuiste a Lugo. Que, entonces, se quedan con la mirada perdida, semejante a la de las vacas viendo pasar al tren.
Y, claro, cuando pretenden entender cómo funciona nuestra democracia (asimétrica, variopinta, tangencial, circunstancial, «dependiendo del según, cómo y dónde», ahora sí, ahora no etc.) acaban por bajar los brazos, definitivamente. Pero como España seduce al más pintado, no dejan de contemplar nuestro caminar por el mundo (aunque nos pongamos a éste por montera…) sin entender si nosotros vamos hacia algún lado o ya estamos de vuelta.
Tampoco entienden ellos, educados en la geometría euclidiana, que nosotros utilicemos, para ir de un sitio a otro, no la línea recta, que dicen que es la distancia más corta entre dos puntos, ni la curva que puede ser muy atractiva, sino la quebrada. Así, por ejemplo, para ir de Madrid a Palma de Mallorca tengamos que tomar un avión hacia Berlín y ya desde allí enfilar al destino deseado.
Claro que, a fuerza de no entendernos, acaban por desanimarse, y algunos nos miran con recelo, mientras que otros lo hacen con admiración porque dicen que somos simpáticos, acogedores y un tanto quijotes (que menudo chollo grandioso que nos dejó D. Miguel con su obra inmortal). Bueno, también dicen otras cosas de nosotros, y algunas nada bonitas, pero no es bueno meter el dedo en la llaga.
Por otro lado, nosotros tampoco entendemos a los europeos (aquí me estoy refiriendo especialmente a ciertas estructuras político-administrativas que todos tenemos in mente) que, como no se enteran de la misa la media de lo que ocurre al sur de los Pirineos, confunden el ruido con las nueces y no acaban de distinguir lo que reluce, del oro. Es posible que existan otras razones, pero prefiero quedarme con que están confundidos e ignoran la verdadera realidad española. Y ellos que son muy suyos, pelín engreídos, no admiten su ignorancia, y acaban metiendo la pata o haciéndose los distraídos.
Pretender enseñarnos a distinguir lo que es un prófugo de la justicia, de un refugiado político es un insulto a nuestra más que prestigiosa Judicatura. Pretender enseñarnos a distinguir lo que es una injuria, una amenaza grave y peligrosa, un ataque en toda regla con el odio por bandera etc. etc., de una manifestación inocente y legítima de la libertad de expresión es un insulto a nuestra inteligencia. ¿Qué les empuja a hacer el ridículo de esa manera? ¿Pretenderán echar pelillos a la mar, refugiarse en un «buenismo» medio lelo, poner una vela a Dios y otra al Diablo? Yo no me creo que sean tan simples, como tampoco me creo que crean que el español ande corto de inteligencia. Lo que creo, lamentablemente, es que la Unión Europea está muy lejos de satisfacer las aspiraciones para las que fue creada. Se han refugiado fundamentalmente en la vertiente económica, han creado estructuras y más estructuras repletas de funcionarios, muy bien retribuidos, por cierto, tendentes a tratar de imponer unas líneas de entendimiento y consenso entre los estados miembros. Y éstos le hacen el caso que le hacen, a la vista está. Y como no quieren problemas, ni tampoco abordar con hondura la problemática, pues pasa lo que pasa.
No era, ni es mi intención, en este artículo, extenderme en analizar con mayor profundidad la compleja Unión Europea, entre otras razones porque carezco de muchos de los conocimientos necesarios para tal finalidad. No obstante, en mi calidad de ciudadano europeo, y dada la potestad que me confiere la libertad de opinión y de expresión, acabo manifestando que se dejen de marear la perdiz (si no supieran interpretar el dicho y la metáfora, eurodiputados españoles hay de sobra que les sabrán responder), que se pongan las pilas, dejen de tanta adoración al dios Money, disminuyan sensiblemente la burocracia y trabajen para algo tan grandioso como demostrar al mundo que Europa ha sido, es y deberá ser un faro para la civilización del ser humano, empezando por conseguir un entendimiento fraternal entre los países que la componen y con quienes compartimos mucha historia común, anhelos y mitos de toda índole y condición. Yo sigo apostando por Europa, y más en estos momentos tan retorcidos y torticeros en la política española.
Si eso se lograra, acabaría de forma muy distinta la estrofa del título de este artículo, y quedaría así: «Ele, ¿quién maneja mi barca, quién, que la vacuna nos trae y a la orillita me lleva?»…