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Publicado por
José Carlos González Boixo, profesor emérito de la Universidad de León
León

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Conocí a Manuel Martín hace unos veinte años. Me acaban de comunicar su fallecimiento. No por esperada, resulta menos dolorosa la noticia. Manolo, nombre coloquial admitido por la amistad, fue uno de los grandes fotógrafos leoneses de la segunda mitad del siglo XX y su calidad artística ya ha sido reconocida a nivel nacional.

Siento su ausencia, el saber que ya no será posible el encuentro, que no podré disfrutar de su conversación, que al pasar frente a su casa ya no escucharé esa rotunda música clásica que le acompañaba en todo momento, que no veré su silueta permanente en su laborioso estudio, aunque en el recuerdo permanecerá su cara siempre sonriente, su sosegada manera de afrontar la vida, su vitalidad, el hombre culto que no hace ostentación de su sabiduría, el artista que no se deja atrapar por los acontecimientos triviales de nuestros días cotidianos, porque la vida siempre es demasiado corta para desperdiciarla en banalidades, dejando pasar a nuestro lado esa «gran belleza» del Arte. Porque Manuel Martín tenía ese raro don del artista, algo que el común de los mortales solo podemos admirar y, también, agradecer.

Para los que nos honrábamos con su amistad es una pérdida personal, para la sociedad en su conjunto es la pérdida de un referente en el mundo de la Cultura, de la cultura en su acepción más clásica, nada que ver con esas baratijas de supuestos artistas efímeros a los que, desgraciadamente, nos hemos acostumbrado en estos tiempos en los que el espectáculo ha sustituido a las ideologías rigurosas y todo ha quedado embarrado por embaucadores, algunos sin escrúpulos, otros solo ignorantes. Manuel Martín, a lo largo de su extensa vida, supo conciliar su vivencia artística, como receptor y creador, con el compromiso con la realidad.

Durante muchos años su dedicación a la educación de los jóvenes fue ejemplar, buscando la integración de los más desfavorecidos en la sociedad, inculcándoles al mismo tiempo el amor a la cultura y, de manera especial, a la música, su gran pasión. Hace algunos años, la editorial Eolas, dirigida por el gran entusiasta que es Héctor Escobar (cómo lamentará él también este momento), publicaba un libro antológico de la fotografía de Manuel Martín: a ese libro (Manuel Martín. Tiempo y luz, 2015) remito al lector interesado en la biografía y trascendencia artística de nuestro fotógrafo.

Por mi parte, solo pretendo dejar testimonio de un recuerdo de amistad y de mi admiración al artista. Digno heredero del quehacer profesional del gran fotógrafo Manuel Martín de la Madrid, su padre, de quien aprendió el oficio en el mítico establecimiento comercial Foto Exakta, dejó constancia de sus dotes como fotógrafo a partir de la década de los años cincuenta.

El espíritu documentalista de la fotografía de su padre (véase la excelente antología Manuel Martín de la Madrid, Eolas Ediciones, 2018) le sirvió de inspiración en sus iniciales pasos fotográficos. Sin embargo, pronto puede apreciarse una vocación artística superadora del documentalismo. Toda su inmensa producción es una continuada evolución en este sentido, acentuada en los últimos años.

Afortunadamente, el Ministerio de Cultura adquirió en el año 2011 los archivos fotográficos de los dos fotógrafos (Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca, Portal Pares: 25.000 negativos de su padre; 11.000 negativos, 76.000 diapositivas en color, 28.000 ficheros digitales de nuestro artista). Aún está pendiente la promesa ministerial de realizar sendas exposiciones de ambos y algún libro antológico. Esperemos que, aunque tarde, esas promesas se cumplan. Afortunadamente, tenemos muchas muestras de sus obras y han sido varias las exposiciones de su obra fotográfica, así como sus montajes de Música-Visión, original combinación de música e imagen, algunos de los cuales han sido editados en dvd (cómo no recordar los dedicados a la catedral de León, los Picos de Europa o los carnavales de Venecia).

¡Hasta siempre, Manolo!