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Publicado por
Andrés Mures Quintana
León

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Es probable que más de uno haya pensado que la salida de Pablo Iglesias (ya ex en este momento) propiciaría cierta dosis de normalidad en un gabinete que lleva haciendo aguas desde el mismo día de su proclamación, allá en la lejana fecha de enero de 2020. Cierro que no ha transcurrido mucho tiempo, aunque la sensación por hartazgo parezca que han pasado años. Tal es el desbarajuste que ha propiciado este señor que oficia de presidente, que cuando se mira por las mañanas en el espejo se cree, sin duda alguna, que es el salvador del mundo. Toda la gestión que este gabinete ha tenido en sus manos (22 lumbreras, no olvidemos) ha sido absolutamente desastrosa. Era difícil imaginar que la pandemia del covid y sus funestas y calamitosas consecuencias, fruto de un manejo de la situación vil y canalla cuando no criminal, era la gota que colma el vaso. La realidad tozuda siempre se impone una vez más. El encontronazo con Marruecos y el intento de indultar a los golpistas del procés catalán, son las últimas hazañas de un presidente que ha perdido definitivamente la sensatez y la perspectiva de la realidad circundante. Lo triste de la situación es que es secundado en mayor o menor medida por las 22 excelencias que se sientan cada semana alrededor de la mesa del Consejo de Ministros. Cierto es, que del número total, se podría prescindir fácilmente de al menos la mitad, ya que su función hasta la fecha, más que insignificante es simplemente inexistente.

Lumbreras como Pedro Duque (Ciencia), Uribe (Cultura/Deporte), Garzón (Comercio), Planas (Agro), Montero-Podemos (Igualdad), Castell (Universidades), y así hasta la docena. Luego hay otra serie de personajes como Yolanda Díaz en Trabajo, que el puesto le viene enormemente ancho y largo. O Laya en Exteriores, que la pobre no se entera cuál es el camino que marca el Derecho Internacional Público en las relaciones con los vecinos delicados. Otras mentes preclaras como Marlaska (probablemente el peor ministro del Interior desde la Transición), Carmen Calvo (y sus disparatadas ocurrencias) o esa plaga bíblica que es la ministra de Educación, la tal Celaá, dejan una Gabinete que se sostiene malamente sobre dos patas endebles, a saber: la señora Calviño en Economía y el señor Escrivá en Seguridad Social y Migraciones, que siempre tienen enfrente mismo a la señora Montero, la del lenguaje borrascoso, para hacerles la vida tremendamente difícil. Podría pensarse que la cosa no puede ir a peor, pues craso error, querido y sufrido ciudadano, Tenemos todavía en el fondo del baúl las dos estrellas rutilantes que dan fuste y fulgor a este Gobierno, más propio de república caribeña que del occidente europeo, donde la democracia, la seriedad y el rigor son consignas perseverantes en el día de día a la hora de regir los destinos de los ciudadanos: Pedro Sánchez, presidente de un club en decadencia y su Rasputín-jefe de gabinete, Redondo Iván (el tal-iván– talibán, al decir de la acidez del simpar Alfonso Guerra).

El vecino del Sur, esto es Marruecos, es un país especial que desde el desastre de Annual (julio-agosto de 1921, pasando por la Marcha Verde (6-9 nov. 1975), Perejil (11-20 jul 2002) hasta llegar al último desencuentro de hace unos días, donde la locura de Iglesias enalteciendo la lucha del Polisario y la tremenda ineptitud de una señora (González Laya) que no se entera ni tan siquiera del precio de los peines, con la ayuda inestimable de un Marlaska, abyecto hasta la náusea, conforman un panorama que nos ha puesto en jaque y nos señala a los ojos de medio mundo como un país que ha perdido definitivamente el rumbo. Cuánto echamos de menos a todos los ministros de Asuntos Exteriores que se han ido sucediendo desde el mandato del siempre llorado Fernando María de Castiella y Maíz (ministro 1957-69) jurista excepcional, diplomático añorado en el Servicio Exterior, catedrático de Derecho Internacional (Univ. De La Laguna) brillantísimo alumno en Cambridge, en fin, su curriculum no tiene fin. Qué decir de Gregorio López Bravo, Carlos Westendorp, Ana Palacio Vallelersundi, o de Paco Fernádez Ochoa (con Felipe González este último). Al lado de esta gente, tenemos a una ursulina con aspecto de dependienta de Sederías Carretas años 50; probablemente con conocimientos de Comercio Exterior, pero las Relaciones Internacionales, señora Laya, señor Sánchez, son otra cosa mucho más compleja y tremendamente delicada. Marruecos es nuestro vecino molesto, sí, pero es el mejor cliente y un millón y pico de marroquíes (no las cifras oficiales que hablan de 600.000) asentados en nuestro territorio. Mohamed V es un sátapra que gobierna su país según cánones medievales, esto es, con fusta en mano. Hoy, Marruecos es un país fundamental en toda la estrategia de Occidente (no solamente de los Estados Unidos) y en la política que se cuece en el Mediterráneo y en todo Oriente Medio: casi nada. Nosotros somos un peón de segunda clase, que como se le hinchen las narices a Biden nos desmantela la base de Rota y la planta al otro lado del Estrecho en tiempo récord. Además cuenta con la base aérea de Aviano en el noreste de Italia de incalculable valor estratégico. En último extremo, Portugal siempre echaría una mano a Washington. Puestas así las cosas, se necesita alguien capaz para dirigir nuestra política internacional, no una señora melindrosa que se asusta de los cohetes, pero que ha sido la que ha encendido la mecha. ¡Pobre España!