Las cifras «mareantes» del hachís
La Cannabis sátiva es una planta de fácil crecimiento, al aire libre y en interior. Los humanos la vienen cultivado desde tiempos prehistóricos como fuente de fibra textil, como recurso medicinal y, desde siempre, para su consumo como psicotrópico por el THC que posee, su principal constituyente psicoactivo. De la Cannabis Sativa se obtiene, además de la marihuana, la resina concentrada o hachís que se produce a partir de los cogollos y restos vegetales de la planta, principalmente hembra. Pese a su ilegalidad, el mayor productor del mundo de hachís lo tenemos a las puertas de casa, Marruecos. Cerca de cien mil agricultores de las montañas del Rif viven de su cultivo al que dedican 70.000 hectáreas de terreno.
La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (Jife) de Naciones Unidas estima en 40.000 toneladas la producción anual del reino alauita. El eje se sitúa en torno a la villa de Issaguen, conocida tradicionalmente como «los tambores de Ketama» por el eco que se produce en la cordillera al golpear los campesinos las cerandas y tamices que criban el polen seco antes de convertirlo en resina y ponerlo en los circuitos «comerciales». Esta actividad, teóricamente prohibida, representa nada menos que el 10 por ciento del PIB de Marruecos.
Por situación geoestratégica y proximidad, España es la principal puerta de entrada del hachís al continente europeo a través del sector del estrecho de Gibraltar y sus áreas de influencia. El espacio Schengen de libre circulación resulta un potentísimo reclamo para cárteles, bandas, redes y otras organizaciones criminales del «chocolate», que de este modo se convierten en una de las más importantes amenazas para la seguridad, tanto por su impacto sanitario como delincuencial. Verbigracia, los clanes violentos que operan en el Campo de Gibraltar, como lo pone de manifiesto la Sociedad Científica Española de Criminología en su última memoria sobre sustancias estupefacientes y psicotrópicas.
Las mafias del narcotráfico de nuestro país mueven, sólo en resina de hachís, dejando a un lado la marihuana, varios miles de toneladas al año. Algunas se quedan en la península ibérica y otras viajan para cubrir la enorme demanda de la Unión Europea. Ello, unido a la especialización policial, determina que España sea el país del mundo donde más hachís se incauta, pese a la parsimonia del actual ministro del Interior.
Un kilo de hachís comprado a buen precio en el norte de Marruecos cuesta unos 700 euros. Vendido, tal cual, en España, es decir a 15 kilómetros de distancia, vale 1.700 euros. La tonelada logra, por consiguiente, un montante de 1.700.000 euros, sin adulterar. Ya trapicheada al menudeo en las calles, esa tonelada alcanza un valor medio de 6.000.000 de euros si tomamos la referencia del mercado negro donde el gramo oscila de 5 a 7 euros, quizás algo más en época de pandemia.
Cifras mareantes, sí… y tentadoras. El narcotráfico es la «economía» número 20 del planeta según la ONU. Un reciente informe del Observatorio Europeo sobre Drogas y Toxicomanías, con sede en Lisboa, con el que he trabajado, señala que cada año los europeos gastan unos 40.000 millones de euros en todo tipo de drogas. Buena parte de la formidable suma corresponde al hachís marroquí, como lo evidencia el que esta forma de cannabis represente el 40 por ciento del mercado en la Unión, seguida de la cocaína (28 por ciento) y la heroína (24 por ciento).
Dice el proverbio, para finalizar, que mucho mal evita, quien la mala ocasión quita. En efecto. El narcotráfico es la piedra angular del crimen sin fronteras. En otras palabras, una de las tragedias de nuestro tiempo.