El problema de lo sexual
Con el retorno a la normalidad el mundo gira con sus mismos temas y, en ocasiones, con sus desenlaces trágicos o dramáticos. Y dentro de estos hay uno primordial, el de los abusos, de todo tipo, siendo el problema de lo sexual el que más acapara la atención de los medios desde siempre, porque éste es un verdadero interrogante para todos. Sin embargo, conviene recordar que esta temática e investigación a lo largo del siglo XX, y continúa en nuestra época, forma parte del propio desarrollo del psicoanálisis.
Fue Freud, médico y neurólogo, y pionero de la relación entre sexualidad y fantasía, el primero que se conmovió por el relato de sus pacientes féminas a propósito del abuso sexual en las alcobas. Contrariado por todo aquello que escuchaba de sus pacientes en íntima confesión, se sintió inquirido por el alto grado de perversión que parecía reinar en los dormitorios familiares, generando en el cuerpo un tipo de traumatismo psíquico innombrable. No obstante, su alma de investigador le hizo dudar de la veracidad de las simples narraciones de sus pacientes, aunque no de sus palabras, para tratar de insertarlas finalmente en el terreno de la fantasía inconsciente, inventando así el psicoanálisis. Y cuando hablamos de inconsciente, hacemos mención a todo aquello que, separado de la conciencia por una barra, ejerce sus efectos en el individuo, a partir de sus formaciones (olvidos, lapsus, equívocos, sueños o síntomas), precisando para su desvelamiento todo un trabajo de elaboración subjetiva, en el contexto de ese dispositivo promovido por el propio Freud; único espacio verdaderamente diseñado para elucidar todo aquello que supuestamente ha sucedido, como causa del malestar actual.
A lo largo del siglo XX el psicoanálisis ha sabido abordar la historia de los abusos a la vez que enjuiciaba la represión sexual de su época, como uno de los grandes males a solventar. No en vano incluso Freud pensó, en un primer momento de optimismo, en erradicar, en un futuro, el problema de la insatisfacción sexual a través de métodos químicos, que facilitaran el placer sexual sin los consabidos temores de embarazo. De hecho la liberación de las prácticas sexuales, de todo tipo, es una de las consecuencias, entre otras, del discurso analítico, quedando simplemente fuera de la escena permitida, la pederastia y ciertos tipos de parafilias que ejercen su ejercicio de goce sin el consentimiento del otro. Todo lo demás, por más aberrante o disoluto que pueda imaginar cualquier «alma cándida», ha dejado de ser patológico, para entrar a formar parte en la infinidad de formas de goce permitidas, insertadas en la hipermodernidad.
Para entender las distintas posibilidades entre el agente, la «víctima» y la autoridad, en la historia de los abusos, convendría reflexionar no sólo sobre la época y su discurso, sino en todo eso que determina las propias conductas en relación con el goce esto es, un fantasma inconsciente, que es perverso
Pero, a pesar de la supuesta liberación, el problema de lo sexual sigue insistiendo de todos modos, porque la sexualidad es un problema estructural para la condición humana. No hay más que ver el amplio abanico de identidades, elecciones de objeto o instrumentos de goce que irrumpen en la actualidad, para comprender que el problema de lo sexual no tiene antídoto posible, aunque cambien las formas o los modos de actuación frente a «ello». Si el amo de antaño trataba de controlar la sexualidad a partir de la represión, con sus síntomas correspondientes, el amo hipermoderno trata de adecuarse ahora a partir de la permisividad, lo que no deja de ser toda una novedad histórica, permeabilizando sin embargo, nuevos síntomas (falta de goce, exigencias a gozar más y mejor, y a cualquier edad, adicciones…). Cambios sintomáticos y culturales en los que el psicoanálisis ha influido, sin duda, a partir de la domesticación de sus conceptos en el ámbito social.
Ahora bien, no hay cultura sin sexualidad y prohibición de goce, siendo en nuestro ámbito los abusos, en sus diferentes variantes (pederastia, frotación, violaciones...), la única «perversión» verdaderamente considerada como tal. Tal vez porque la pederastia es lo más se aproxima al tabú del incesto y su prohibición, como intento de domeñar lo «imposible de la relación sexual», como diría el psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan. De ese modo, si bien la historia de los abusos sexuales formaría parte de la condición humana desde el principio de la humanidad, las diferentes catalogaciones, permisividades o prohibiciones estarían insertadas en el propio discurso, habiendo sufrido con ello diferentes aceptaciones o rechazos, en función del patrón cultural. Luego para poder entender las distintas posibilidades, enjuiciamientos, silencios o complicidades entre el agente, la «víctima» y la autoridad, en la historia de los abusos, convendría reflexionar no sólo sobre la época y su discurso, sino lo que es más importante, en todo eso que determina las propias conductas en relación con el goce, esto es, un fantasma inconsciente, que es siempre perverso.
Como comprenderán todas estas matizaciones acerca de lo sexual, elevan la complejidad de este tema a la hora de plantear diferentes asuntos de alto calado social. Por ejemplo, cómo considerar en el momento actual a todos estos sujetos que precisan para su satisfacción el forzamiento del semejante, o bien, cómo plantear la denuncia o el enjuiciamiento por todos estos actos considerados como morbosos. Además, qué hace que, en tantas ocasiones, las diferentes instituciones (eclesiásticas, administrativas, sanitarias o docentes) traten de silenciar tales comportamientos, o bien, no los reciban con la debida atención. ¿Se trataría, en verdad, de complicidad, falta de información o negación acerca de lo que esta esfera de lo sexual abre en cada individuo?
Es ineludible que, en tanto la problemática de lo sexual, es un interrogante para cada uno de nosotros, es este mismo hecho el que hace que su abordaje no sea todo lo lógico que supuestamente debería de ser, suscitando en cada cual la puesta en marcha de mecanismos de defensa, sea la represión, el rechazo, la negación o el consentimiento silencioso, en función de su propio fantasma en juego. Son todos estos aspectos los que convendría tener en mente a la hora de plantear con seriedad un marco, a partir del cual se pudiera abordar este tema de los abusos tan candente en la actualidad, sin caer en el linchamiento, la segregación o el ostracismo inquisitorial, que antaño sufrieron nuestras brujas, magos y hechiceros.