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Hace año y medio, exactamente el 10 de diciembre de 2019, escribíamos en esta misma tribuna que «si el sanchismo es igual al pesebrismo y el pesebrismo lo es a la corrupción, por deducción lógica, sanchismo y corrupción son lo mismo. ‘Corrupción sanchista’ que, como los vehículos, se fabrica en diferentes versiones, circula por distintos ámbitos y se conduce de manera multiforme. Corrupción ética es plagiar tesis doctorales; corrupción intelectual es aparecer como autor de libros escritos por terceros; corrupción política es servirse de una cuestionada sentencia para presentar una moción de censura; corrupción familiar es colocar a allegados y afines en organismos públicos; corrupción institucional es utilizar las instituciones del Estado, y el dinero público, al servicio de una persona y de su causa; y corrupción partidista es diseñar pesebrEREs para crear redes clientelares con las ayudas a los parados. ¿Alguien da más?». Sin duda, la respuesta a la pregunta es: sí.

El propio sanchismo se ha superado ampliando su gama de corrupción con una nueva versión: la corrupción de las palabras. «La peor corrupción no es la económica, es la de las palabras» (J. Bustos). «Las palabras segregan. Preparan el barrial y activan la lógica de los bandos» (K. Sainz Borgo). «Pueden tachar a Isabel Díaz Ayuso de loca, ida e incluso de ‘frenopática’; al tiempo, todo ello, que se acusa a la oposición de ultra, crispación y conflicto social» (A. Petit Zarzalejos). Y más recientemente, para justificar los indultos a los sediciosos catalanes, nos hablan de ‘naturalizarlo porque trasciende la situación jurídica y penal’, la sentencia es vista como acto de ‘venganza’ y ‘revancha’, utilizan las palabras ‘concordia’ y ‘convivencia’ para abrazarse con los autores de unos hechos contrarios a los valores de una Constitución que dicen defender, consideran que ‘el tiempo de los jueces ha terminado’ y, según Pedro Sánchez, «hay un tiempo para el castigo y un tiempo para la concordia». «Una y otra vez machacando las palabras para crear un marco mental. El relato como política» (J.P. Colmenarejo).

El PSOE ha tenido siempre un serio problema con los límites constitucionales al ejercicio del poder. Sus dirigentes y una gran parte de sus votantes se ven a sí mismos como garantía del progreso y como la encarnación de la voluntad popular

Sin embargo, «la palabrería para justificar los indultos no será suficiente esta vez. Encadenar sustantivos vacíos que suenan bien en su cabeza no da como resultado la convicción ni la confianza de los españoles» (J. Vilches). Los indultos servirán para amparar y proteger a los protagonistas del golpismo; para «legitimar y convertir sus delitos en meras actividades políticas, lo cual es una perversión» ( abc.es ); para validar todas las mentiras del independentismo; y para que los mandilones miren para otro lado. El señorito ha conseguido que colocados, quienes controlan la tribu y los trompetistas seducidos por la causa de Su Sanchidad, saliven ante el pesebre igual que lo hacían los perros de Pávlov cuando escuchaban la campana.

Si alguien pensaba que Pedro Sánchez, aparte de no tener escrúpulos políticos, tampoco tenía principios ni valores, se equivoca. El caudillo socialextremista se guía en la acción política por dos principios: ‘divide y vencerás’ y ‘el fin justifica los medios’; y sus valores se reducen a tres: plagiar, ocultar y mentir. Dos principios y tres valores que confirman lo ya adelantado hace bastantes años por el que fuera director general de la Guardia Civil, general Sáenz de Santamaría, cuando dijo aquello de que «hay cosas que no se hacen, si se hacen no se dicen, y si se dicen se niegan». Nunca mejor expresado en qué consiste el sanchismo.

La ausencia de ética, escasa decencia y nula ejemplaridad en su comportamiento político, y la falta de respeto y el tono empleado en su manera de relacionarse y comunicarse con algunos compañeros y adversarios políticos a los que se refiere llamándoles ‘lunáticos’, avalan esos principios y valores de los que se ha servido para montarse una peculiaridad forma de vivir de la política. «Sánchez se ha convertido en el presidente más corrupto de la democracia» (Rosa Díez). Abusar de la ley para conseguir réditos políticos es sembrar la simiente de toda corrupción.

«Cuando Redondo habla de tirarse por un barranco al servicio de su presidente no está pensando en eso, por mucho que las palabras sean muy parecidas, sino en defender y hacer que otros defiendan la profunda degradación política e institucional que el presidente Sánchez ha elegido como legado… El mensaje que manda Sánchez no es sólo que conceder la libertad a quienes intentaron arrebatársela a millones de ciudadanos es un acto de justicia, sino que un Gobierno arbitrario y despótico, guiado solamente por su voluntad, es algo deseable… El PSOE ha tenido siempre un serio problema con los límites constitucionales al ejercicio del poder. Sus dirigentes y una gran parte de sus votantes se ven a sí mismos como puro sentido histórico, como garantía del progreso y como la encarnación de la voluntad popular… Y así está un partido como el PSOE, acostumbrado a que la mayor parte de sus votantes y de sus periodistas se tire al barranco para defender lo indefendible, sea el terrorismo de Estado o sean los privilegios para quienes intentan destruir el Estado» (O. Monsalvo).

«El lenguaje suele ser el primer síntoma de descomposición de un régimen político. Y eso es aplicable al Gobierno de Sánchez, cuyas palabras cada vez están más distanciadas de los hechos… Cuando lo que sucede contradice las promesas y los programas, siempre es mucho más fácil cambiar las expresiones que las políticas o, mejor dicho, manipular el lenguaje para ocultar los hechos. Las palabras son un comodín que nos permite justificar cualquier contradicción» (P. García Cuartango).

«Nos la están clavando otra vez» (A. Expósito).