Eutanasia y medicina: incompatibles
Para ejercer la Medicina son necesarias dos cosas esenciales. Evidentemente, en primer lugar, cursar la carrera, y acabar posteriormente los estudios de especialidad. La segunda cosa esencial, es asumir personalmente, en conciencia, el Código Ético propio de la Medicina, que desde hace dos mil quinientos años proporciona la correcta orientación profesional del médico a nivel internacional, sin distinción de raza ni de religión.
Ambos conocimientos, los adquiridos en la carrera, y los provenientes de la correcta actuación en el ejercicio de la medicina según el Código Deontológico, no son paralelos, sino que están llamados a integrarse mutuamente y a complementarse indivisiblemente.
Sin esa mutua complementariedad de ambos conocimientos no se puede ni siquiera iniciar una historia clínica, ni conducirla en su desarrollo.
El final más deseable de todo proceso patológico es que el paciente consiga su curación o, al menos, la mejoría prolongada. Pero son muchas las veces que, desgraciadamente, sólo es posible adoptar medidas de cuidado, mantenimiento, o de confort.
Optar por ofrecer un seguimiento de cuidado o mantenimiento del estado crítico del paciente, supone siempre afrontar un reto que exige quizás más preparación científica que la que pueda conducir a la esperada curación.
El enfermo en estado crítico requiere toda la ciencia médica posible, alentada por el Código Deontológico. Así, es prácticamente imposible que un enfermo terminal no tenga una competente y adecuada respuesta de tratamiento.
El médico, en su correcta labor profesional, muchas veces tendrá que solicitar la ayuda de otros colegas. Es ahí, entre otras cuestiones, donde tiene amplio margen de eficacia la actuación de los Cuidados Paliativos. Hasta el punto, que se puede afirmar con certeza que no hay patología que se convierta en síntoma de solución imposible, especialmente el dolor. Lo que no le está permitido éticamente al médico es rehuir al paciente sin suministrarle todo el potencial profesional que el paciente le reclama en su condición vulnerable.
Sin embargo, sí existe un dolor con un índice de intensidad y agresividad de muy difícil de solución terapéutica. Es el dolor que provoca la soledad.
No hay dolor más intenso. La soledad del enfermo es fuente de los muchos dolores refractarios que padece. Eso se conoce muy bien en medicina.
Con su actitud falsamente compasiva, la eutanasia proporciona cobijo y amparo de soledad, hasta verse en la sentida obligación de provocar la muerte al paciente, sin percatarse que esa soledad no se irá, en absoluto, haciendo desaparecer al paciente, sino que, al tener esa soledad triste un potencial enorme de propagación, contagiará inevitablemente también a los que tiene a su alrededor, en sucesiva propagación devastadora, propia de la peor y más desoladora de las pandemias.