Tomar un café
Los amigos son aquellos con los que te tomas un café, pero el café del asueto, de las horas libres, del ocio, del divertimento. El de la mañana está dedicado a los compañeros de oficina que pueden ser amigos o no. Ese café no cuenta. En el terreno de lo laboral surgen amistades y odios para toda la vida y también idilios, infidelidades, amoríos, coqueteos. La secretaria, esa señora o señorita arreglada y eficiente que sabe taquigrafía, ordena papeles y sabe más de la vida del señor López que la propia mujer del señor López, puede estar enamorada de su jefe o detestarlo cordialmente. La indiferencia, en cambio, no existe en esa intimidad de pareja. Los Lópeces sabios no se lían nunca con la señorita Maruja porque entonces pierden una compañera eficiente y se meten en un conflicto que jamás tiene un final feliz. Es excitante, sí, lo sé, comprendo que la tentación es mucha, pero mi consejo es que no lo haga forastero. Hay cafés que se toman y cafés que no se toman nunca; mejor dicho que nunca se volverán a tomar.
En la vida los amigos y los amores vienen y van. Al final, amigos, lo que se dice amigos, los puedes contar con los dedos de una mano. El resto son conocidos, amiguetes, troncos, coleguillas. Las amistades como las pasiones tienen en común que se enfrían y languidecen. Dependen del azar, del trabajo, de los intereses comunes, de los deportes que practicas. Cuando encuentras a un viejo amigo que fue íntimo pero que tuvo el mal gusto de liarse con Merche, tu antigua amante, la situación es complicada.
Lo estimas, sí, pero menos y en el encuentro casual alguno dice: «Coño, Roberto, a ver si nos vemos y tomamos un café». Y tanto Roberto como tú sabéis que nunca jamás tomaréis ese café, que es solo un café verbal y teórico porque la amistad se ha roto y el café con el amigo ya no tiene sentido. Hay personas que coleccionan amigos con la misma ansia con que algunos atesoran millones. Van a todos los entierros, se enteran de cuándo es el día de tu cumpleaños para felicitarte como El Corte Inglés, cuidan los detalles, te saludan siempre sonrientes. Te caen bien pero no lo consideras un amigo, ni le pedirías ni le dejarías dinero. Esas personas que tienen cientos de amigos no saben del valor de la amistad, de ese sentimiento que es un parentesco escogido, de ese cariño fraternal que, si tienes suerte, puede durar toda la vida al calor de un café, un café con leche.