Diario de León
Publicado por
Pablo Lobato Villagrá
León

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La polémica que ha despertado la campaña #MenosCarneMásVida lanzada por el Ministerio de Consumo ha vuelto a avivar el fuego de la polarización de los discursos; ese fuego que encuentra su mejor gasolina en las mal llamadas redes sociales, hacia donde, precisamente, y creo que de manera errónea, se dirige esa campaña. Desde luego, la sentencia a modo de eslogan, hashtag para los más modernos, no invita a una reflexión pausada y con distintos enfoques.

Pero, ¿qué es exactamente la sostenibilidad? Se crea, por muchos intereses comerciales, una imagen de sostenibilidad que implique consumo. Es normal consumir; todos necesitamos comprar ropa, comida o medicinas. Pero, ¿es necesario utilizar un aparato eléctrico, que aunque no emite CO2 de forma directa necesita enchufarse a una red eléctrica alimentada a base de grandes emisiones, para recorrer un camino que podrías hacer andando, en transporte público o en una simple y sencilla bicicleta sin motorizar? ¿Es sostenible comprar ropa de algodón orgánico que ha sido producida en situaciones que vulneran los derechos humanos? ¿O es medioambientalmente aceptable destrozar reservas de la biodiversidad a cambio de producir energías libres de emisiones poblando nuestras montañas y valles con gigantes aerogeneradores y espejos enormes de placas solares? O, volviendo a la polémica sobre la carne, ¿es mejor comer una hamburguesa vegetal ultraprocesada, de soja sembrada en la tierra que ha sido robada a golpe de fuego y maquinaria a la selva y los aborígenes paraguayos que un filete, o una hamburguesa, de un animal que ha vivido tranquilo y en libertad durante más de tres años a menos de 200 kilómetros de tu casa?

Alimentar discursos polarizados solo nos traerá ruido, y nunca soluciones. Y daño a los puntos más débiles

El modelo urbanita del ciudadano sostenible cae, como casi todos los modelos que nos venden sin invitarnos a la reflexión y al pensamiento crítico, en numerosas contradicciones. Está bien contradecirse, siempre que se reflexione de forma constructiva y se lleguen a conclusiones que nos lleven a ser mejores. Pero esa parte se evita. Quizá porque hay muchos intereses que entonces no se verían cumplidos. Y el polarizar los discursos alimenta esa falta de pensamiento. Poner en pie de guerra y enfrentar. Así, podemos ver cómo ganaderos extensivos, de los que tenemos muchos ejemplos en mi querida montaña leonesa, que llevan a cabo prácticas sostenibles que permiten cuidar y mantener paisajes de un altísimo valor ecológico y cultural, defienden en bloque a su sector, algo que aprovecharán grandes corporaciones para esconder sus macrogranjas, delito ambiental se mire desde la perspectiva que se mire en emisiones y contaminación de agua, tras esa imagen casi idílica del ganadero tradicional. O vemos cómo hay quien considera que salvará el mundo por evitar un filete de Valles del Esla, mientras come kiwis ecológicos traídos fuera de temporada desde Nueva Zelanda, aguacates cultivados a golpe de trasvases en países latinoamericanos o legumbres traídas directamente de Estados Unidos, con el alto impacto ambiental que genera su transporte, mientras vemos cómo se pierden las variedades autóctonas del que fuera alimento básico de nuestros abuelos desde las alubias de las vegas bañezanas a los titos de Corbillos, tan duros de comer.

Una reflexión crítica nos llevaría a elegir productos de proximidad, de temporada, y que se produzcan de acuerdo con nuestros ideales y con el mundo en el que queremos vivir, y que queremos que quede para nuestros hijos. Sí es cierto que comer carne roja con mucha asiduidad no es lo mejor para nuestra salud, algo que podemos ver recordando las proverbiales gotas de aquella nobleza que solo comía carne por ser signo de opulencia.

Pero alimentar discursos polarizados solo nos traerá ruido, y nunca soluciones. Y daño a los puntos más débiles. No serán las grandes empresas cárnicas las que se vean afectadas por ese discurso enconado, ellos ya tienen sus salchichas de soja y sus líneas de productos veggie para no perder ningún sector del amplio espectro de consumidores, sino aquellos que, junto a otros valientes, siguen luchando cada día con más dificultades, porque la España Vaciada no quede desierta. Porque sí, es cierto que una buena conexión a Internet es una de las grandes cuentas pendientes con las poblaciones rurales; pero no la única. El 5G no va a cambiar el hecho de que, hoy por hoy, vivir en un pueblo te convierte en un ciudadano de segunda: sin escuelas, sin consultorios médicos bien atendidos, sin farmacia, sin infraestructuras bien cuidadas o sin un transporte público de calidad que asegure el servicio, seguirán siendo ciudadanos de segunda. Y no, no vale vulnerar los derechos constitucionales de una parte de la población solo porque sean menos, y representen un caladero de votos poco interesante para los fines electoralistas, o resulte muy caro el kilo de médico por persona en poblaciones de pocos habitantes. No vale llenarnos la boca con discursos sobre lo bucólico y bonito que es el campo, y que tenemos que cuidarlo para asegurar un futuro sostenible en todo el territorio, mientras con el mismo discurso se da alas a destrozar nuestro medio natural para producir toda esa electricidad que demandan las grandes ciudades, donde muchos nos apiñamos como abejas en la colmena. Ya vimos hace muchos años, en Riaño, lo que esos intereses acabaron trayendo consigo. Y no queremos perder más valles, ni que nuestras montañas pierdan sus libres horizontes.

Quizá la consigna más sostenible, y que cuide más nuestra salud (incluida la mental) sea #MenosRuidoMásVida .

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