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Recuerdo que ya en 1995, en este medio, hablé de la desnudez escultórica de León ciudad, respecto a figuras importantes de nuestro pasado histórico. Con tan anómala situación viene a coincidir el escultor Amancio González, autor de la gran obra La vieja negrilla : Un ser humano grande que permanece «acurrucado» en la plaza de Santo Domingo, ahora en bronce, soportando estoico las inclemencias meteorológicas y las intemperancias de algunas personas. Artista, digo, que ha puesto su experta mirada profesional, escultórica y ornamental en la desnudez aludida.

Vengo tomando con cierta prevención, lo confieso, cuanto leo de Amancio, por él escrito, opiniones suyas que otros han trasladado o sobre su obra, tras aquel desacierto (para muchos leoneses yerro, yo reiteraría… desatino) en la «coronación» caprichosa de Alfonso VI, el gran rey leonés que eligió para su reposo tierras de Sahagún que siempre le supusieron refugio y también solaz.

Recuerde el lector aquella corona de específica connotación castellana (castillos como símbolo) dado el fallo, o si se prefiere para no hacer mucho «daño», el poco tacto desde su condición de «historiador», en piedra para la ocasión, de hacer soportar en las sienes de nuestro rey leonés una corona castellana. Ante las quejas, en un ejercicio de libre disposición como artista, nos ha querido hacer creer que su intención pasaba por reminiscencias esquemáticas de catedrales, lo que eran castillos almenados.

Él aún lo puede remediar, y de no hacerlo, alguien bien intencionado y con las oportunas licencias debería ejecutarlo. ¡En la historia leonesa esto no es una anécdota! Hubiera sido un gran triunfo dentro de su carrera creadora de sorprendentes formas humanas. Pero el autor se montó «su historia», Ahora el Ayuntamiento de Sahagún con la intención de invitar a Felipe VI para inaugurar el panteón en Julio, parece dejar confirmado que la obra quedará tal cual. Esperemos que no.

El autor investido de compromiso leonés debe acometer la «restauración» de una dinastía y de un pueblo representándolo simbólicamente en su corona.

Entiéndase bien, al citar al pueblo no hablo de uno sometido, vasallo, me refiero al progresivamente libre, el de los concejos, el de los fueros, el parlamentario, el… ¡¡¡leonés!!!.

No obstante, a pesar de lo citado como «sombra», estamos ante un artista leonés, lo que nos debe condicionar, pues, con su obra va también, aunque sea de modo indirecto, el de la tierra donde nació, una parte del País Leonés, o si se prefiere formando parte de él, algo que de ninguna manera podemos ni debemos soslayarlo. ¡Él tampoco!

Siempre admiré a los escultores. Para la ocasión me permito traer aquí un verso de una estrofa que Gamoneda dedicó a Amancio: «Creas al mismo tiempo el resplandor y la sombra»; un brillante y hermoso contraste lírico explicativo de una viva emoción, del que tan sólo rescato o tomo prestada una palabra: sombra. La que planeará a futuro sobre la interpretación de la irreal coronación.

Volvamos a la desnudez escultórica legionense, ahora puede que «sofocada» por la proliferación de detalles, bustos, etc. alrededor de cincuenta considera el escultor, quien con el máximo tacto y respeto salvaría pocas, ya por valor artístico insuficiente, ya por emplazamiento poco atinado, teniendo en cuenta que éstas, según opina con buen criterio, en plan urbano, dan credibilidad a una ciudad que trata de mostrar «su» historia.

Respecto a este último condicionante voy a citar aquí la propuesta que el Ayuntamiento baraja sobre un boceto, para mí gusto demasiado simple recordando a los papones, que se proponen colocar, una vez ejecutado, en las proximidades de la Catedral. Ya lo dije, y aquí lo repito, ni el material, piedra artificial, permite tal emplazamiento, ni la falta de expresividad del grupo lo veo acorde en el entorno. Ante la nada anterior, no practiquemos ahora el todo vale.

El león es un símbolo representativo de León y del Reino de León, lleve o no corona según heráldica y cada caso. Esto a nadie se le escapa. Estoy seguro de que si Saleal le hubiera hecho el encargo a Amancio de bocetar algo para regalar a los legionenses, no se le habría ocurrido tratar de ahogar a un león en una alcantarilla. Ni es sitio para éste como animal y mucho menos como símbolo. Tal vez, nos hubiera sorprendido con el topo gigante que destruía la Catedral por las noches. Fabuloso y acorde.

Para éste, el topo, escribí un relato en el que un talabartero medieval leonés, con ingenio, confeccionaba mediante retazos del cuero que trabajaba, un cuerpo ciertamente deforme, que una buena noche, en plan de broma, dejó en el gran templo. Sorprendentemente tuvo el privilegio de ser tomado en cuenta, naciendo (otra) la fábula.