A propósito de Sara
No llegué a conocer a Sara Fernández Llamazares, la mujer leonesa que se quitó la vida en un hotel ovetense. Supe de ella porque, hace algún tiempo, se había puesto en contacto con Derecho a Morir Dignamente (DMD) de León, pidiendo asesoramiento para redactar y otorgar su Testamento Vital, poco antes de volver a Cangas del Narcea, donde residía.
Sara era una mujer vital, inteligente e instruida, titulada en Ingeniería por la Universidad de Gales; alternaba su vida entre León, donde vivía su madre, y Asturias, donde residía con su pareja. Al contrario de lo que se ha publicado, no se mostró desesperanzada, si algo confusa con lo que podía y quería hacer con su vida, pero con las ideas muy claras acerca de cual era su límite de sufrimiento.
Supe por la prensa que DMD de Asturias la apoyó, asesoró e informó y que allí encontró sosiego y amistad. Dos cosas muy necesarias para que su final fuera digno y en paz, como ella quería y consiguió llevar a cabo. Se precisa de una buena dosis de empatía, caridad, fortaleza y afecto para superar la tensión emocional de momentos de esa naturaleza.
Sara, tras soportar el largo padecimiento de una enfermedad que además de dependencia le provocaba dolor, y muy conocedora de lo que podía ser su futuro y de lo que era su presente, decidió decir basta, buscar los medios necesarios para acabar con un sufrimiento insoportable, y poner punto final a su biografía en el momento en que ella tuvo claro que era el adecuado. Y lo hizo a su modo. Buscó y obtuvo el apoyo materno, adquirió un fármaco necesario para irse sin sufrir, se hizo acompañar de sus amigos, y dejó escrito y grabado todo el proceso y sus motivos. No fue suicidio asistido, fue suicidio. Sin más.
Sara tomó esa determinación cuando la eutanasia ya era legal en nuestro país, ajustándose a una serie de determinantes que ella cumplía sobradamente: española, mayor de edad, en pleno uso de sus facultades mentales, víctima de un proceso sin posibilidad de curación o mejoría que le producía un sufrimiento insoportable.
La pregunta que se suscita al leer la noticia es: ¿por qué Sara no se acogió a la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia (Lore), por qué quiso morir así, si hubiera podido hacerlo protegida por la ley?
La respuesta llega enseguida: Sara no quiso esperar. Su capacidad de resistencia había tocado fondo. Tuvo miedo, miedo a que su petición fuera rechazada debido a su juventud, aunque era cumplidamente mayor de edad. Miedo y desconfianza, porque sabía lo que estaba ocurriendo en nuestro país: en algunas comunidades autónomas las Comisiones de Garantía y Evaluación que marca la Lore retrasan y dificultan la gestión de las solicitudes de eutanasia. Hay una gran desinformación por parte de las administraciones autonómicas, hay falta de formación en algunos casos, que necesita subsanarse. Porque las personas que quieren acogerse a este nuevo derecho están en situaciones muy duras, casi siempre de muy larga duración, y la dificultad para acceder a la ayuda legal a morir incrementa su angustia y su padecer. Y no es justo.
Y así como en Cataluña, Euskadi, Comunidad Valenciana, parece que la Ley se despliega con total normalidad, no está sucediendo lo mismo en otros lugares. No se dispone de datos todavía para concretar cuantas solicitudes ha habido, cuantas se han resuelto, cuantas rechazado; es información confidencial. Pero no tardaremos en comprobar esa realidad cuando se publique el resumen anual que la Comisión Interterritorial de Sanidad está obligada a efectuar.
Hay también una fuerte reacción añadida por parte de algunas posiciones opuestas a la Lore, para quienes la Ley de Eutanasia entra en conflicto con su forma de entender y estar en el mundo. Merecen ser respetadas, y la Lore respeta esa opción, tanto para los profesionales implicados, que legítimamente pueden optar por la objeción de conciencia, como para los particulares: simplemente, estos últimos no deben solicitar esa ayuda. Pero los que se oponen, también deben respetar a quienes miran la Ley desde otro ángulo: no olvidemos que la Lore tiene una gran aceptación por parte de la ciudadanía, eso es incuestionable. Para aquellos que si quieren acogerse a ella, hay una serie de pasos previos a seguir, que garantizan de manera muy estricta la autonomía de las personas conscientes e informadas a solicitar y obtener esa ayuda para finalizar con un sufrimiento extremo.
Así que, volvamos a Sara, esa mujer doliente y valiente, que afrontó el final de su vida de manera decidida, libre, consciente, digna, recordándonos que ese final sigue siendo un tema tabú, difícil de abordar, habiendo tantos enfoques como personas. Y mostró al mundo su decisión enseñándonos que, aun en las situaciones más complejas, podemos despedirnos de una forma íntegra, amable y serena. Y gracias a la amistad de quienes la acompañaron, que entendieron claramente aquello de que el sentido de la vida es que se detiene, y la vida real de Sara ya hacía tiempo que había llegado a la estación de término, pudo conseguir su objetivo.
Aboguemos pues para que quienes estén en una situación similar y así lo deseen, se vean ya amparados por ese nuevo derecho de la ciudadanía a disponer de su final, y puedan hacerlo con todo tipo de garantías, legales, emocionales y sociales.